Sin duda, el Imperio Inca era una formidable organización y representa la culminación de la cultura andina. Pero poco he escrito al respecto por varias razones. Primero, porque de tantas publicaciones que existen al respecto, mucha gente cree que Andino = Inca, por lo que he tratado de no darle mucha importancia al tema. Y esto porque, como los romanos en Europa, los incas no son los creadores de la Cultura Andina. Esta, a partir de múltiples y a menudo asombrosas expresiones regionales que ya hemos tratado
en otra sección, prácticamente completa su bagaje durante el Período Intermedio Medio, que dura unos 400 años a partir de más o menos 700 d.C. y se caracteriza por la hegemonía
Tiwanaku en el territorio circun-titikaka y Wari en el norte del Perú.
Cuando estos imperios colapsan en el siglo XI, el Mundo Andino se fragmenta en múltiples reinos o señoríos regionales, como Lambayeque y
Chimu al norte de Perú, la miríada de
reinos aymara en el altiplano boliviano y los pequeños señoríos del sur del Perú y los que conforman la
Cultura Arica. Este es el
Período Intermedio Tardío y es el que más me ha llamado la atención en lo que a Arica se refiere, principalmente por la rica interacción de etnias bien definidas que se estableció en nuestro territorio y porque Arica (el sur del Perú incluido) al fin adquiere una identidad propia.
Hago notar que, sin querer herir susceptibilidades, “nuestro” territorio debe entenderse como una unidad que incluye al actual sur del Perú y cuyo principal foco cultural estuvo probablemente en el valle de Osmore quee desemboca en Ilo. No había por entonces ninguna razón para separar al sur del Perú de Arica, sino que más bien la costa de esta zona formaba una unidad territorial bien definida pero sin un fuerte liderazgo, la que los incas reconocían como
Colesuyu y que se extendía a lo largo de una franja costera desde Arequipa hasta el sur de Arica. Sus pobladores preincaicos probablemente hablaban pukina, la lengua prevalente en el altiplano antes de los aymaras. Lo altiplánico (Bolivia), sí era “otro país”, pero intensamente dependiente de nuestras tierras bajas y con estrechas relaciones con éstas.
Este período de señoríos regionales termina con la hegemonía panandina conseguida por los incas durante el siglo XV, dando inicio al Período Tardío. Entre 1438 y 1471, los incas conquistan al poderoso reino aymara Colla, ubicado en el norte del lago Titikaka, habiendo antes establecido una alianza con el vecino Reino Lupaca, también aymara. Tras diversas gestiones guerreras,
no tardarían en dominar a los otros reinos aymaras. En 1475 los incas conquistan al Reino Chimu del norte del Perú y vencen al último remanente de inspiración Wari de nuestro territorio, asentado en el
Cerro Baúl de Moquegua. Desde entonces pasamos a ser parte del territorio imperial.
Siguiendo su política de conservar a las jerarquias y buena parte del ordenamiento social de las etnias locales con poder cuando éstas aceptaban su rol de vasallos del Imperio, los incas entregaron la administración del Colesuyu a los reinos aymaras Lupaca, Pacaje y Caranga, en segmentos que más o menos coincidían con la latitud de éstos, de manera que los pacajes y carangas fueron los que más derechos tuvieron sobre Arica. Inevitablemente, los aymaras se “incanizan” en muchos aspectos. El estilo
cerámico cambia de la tradición Chilpe (altiplánica preincaica) a la Saxamar, pero conservando el fondo rojo con decoración en negro y claramente descartando la policroma alfarería cuzqueña, la que cuesta encontrar en Arica. Las
chullpas o mausoleos aymaras destinados a los jerarcas ya se construyen con paredes de piedras relativamente bien elaboradas en vez del barro con paja propios de los aymaras preincaicos (
foto), como se observa en
Incahullo y
Copaquilla (
foto). Hay algo que me intriga: la más presuntamente “incanizada” de las chullpas que conozco (entre comillas pues ésta no era una costumbre de los incas), en Incahullo, tiene su entrada dirigida al poniente (
foto), en circunstancias de que en todas las que conozco en Arica ésta se orienta al este, “como debe ser”. ¿Es que el jerarca a quien perteneció se “incanizó” hasta tal nivel que perdió el rumbo? Misterio...
Bajo el dominio incaico mediado por los aymaras, seguramente supervigilados por agentes imperiales, a corto plazo se esfuma la Cultura Arica. El aparato estatal instala centros de control más que fortalezas, adyacentes a los poblados preincaicos como
Incahullo en Huaihuarani,
Chajpa en Ancopachani (ambos en la sierra, cerca de
Belén),
Saguara cerca de
Pachica y Alto Ramírez en el valle de Azapa, para sólo mencionar algunos.
Parece que desde
Zapahuira se controlaba la producción de los valles de Lluta y Azapa, pues allí se encuentra la mayor infraestructura incaica de Arica, si bien Alto Ramírez debió tener también mucha importancia a juzgar por los geoglifos del Cerro Sagrado (
foto1 foto2 foto3), implicando un centro ceremonial y tal vez de adoctrinamiento místico-religioso. En Zapahuira hay, además de un centro administrativo caracterizado por “
kanchas”, un complejo de almacenes o
colcas “aéreas” (construcciones sobre la superficie del terreno, en contraste con los pozos subterráneos estabilizados por paredes de piedra), que pudo haber servido para almacenar papas desecadas (
ch’uñu).
Después de Zapahuira, el más importante emplazamiento incaico está cerca del valle Camarones, en
Saguara, con numerosos depósitos de almacenamiento y una estructura ceremonial (ushnu) que consiste en un espacio plano elevado al que se accede por una escalera de piedras, lo que demuestra la importancia del lugar, tanto en lo ceromonial y místico-religioso (Sahuara) como en lo que se refiere al tráfico de las caravanas hacia y desde el altiplano al valle de Camarones y otros más al sur (
Pachica, muy vinculado a Saguara).
¿Qué podía interesarles de Arica a los incas? Desde luego, su producción agrícola, aunque su potencial fuera menor que el de los valles del sur del Perú. Hasta antes de ellos, la agricultura ariqueña se centraba en el valle de Azapa, regado por aguas de relativa buena calidad, con escasa ocupación de los “valles salados” adyacentes (agua y tierra de mala calidad): Lluta y
Camarones. Precisamente la potencialidad agrícola de Azapa fue la que interesó al Tiwanaku del Período Medio y fracasaron en los otros valles, como lo demuestra un asentamiento
Cabuza fracasado en Lluta.
Pero los incas tenían una gran demanda de maíz e iniciaron la explotación de los valles salados. Hasta hoy, los mejores choclos que conozco se dan en el valle de Lluta. Allí instalaron asentamientos de cierta importancia, como Mollepampa y Rosario a unos 20-25km de la costa, posiblemente controlados desde Zapahuira y adyacentes a poblados de los “yungas” (autóctonos) locales. A la entrada del valle de Lluta confeccionaron grandes depósitos subterráneos delimitados por piedras (colcas subterráneas,
foto) para almacenar la producción local y se supone que en Mollepampa se encontró el
khipu más grande hasta ahora conocido, lo que implica una compleja gestión de contabilidad.
Pero, como propone Carlos Aldunate en la preciosa publicación “
In the Footsteps of the Inka in Chile” del Museo de Arte Precolombino, tal vez los incas estaban más interesados en nuestros recursos marítimos: peces y en particular, guano (acumulación de deposiciones de aves costeras) para fertilizar las tierras de cultivo (
foto). La evidencia sugiere que durante miles de años Arica fue el principal proveedor de pescado para una extensa zona, incluyendo el altiplano.
Cualquiera hubiera sido su principal interés por nuestras costas, la producción debía trasladarse al territorio que para ellos era natural, la cordillera, mediante caravanas de llamas. Para ese efecto diseñaron rutas bien establecidas, con sitios de descanso y reabastecimiento denominados tambos. Estos abundan en nuestra zona. Desde luego, Zapahuira, pero también en Pachica (
foto), sirviendo el tráfico al valle de Camarones y otros para el tránsito desde el altiplano hasta en valle Caplina de Tacna, como Ancara, cerca del volcán
Tacora en la Comuna de General Lagos, al extremo norte del actual Chile, más otros intermedios como Pisarata, cerca de
Caquena. Siendo
Codpa un lugar tan especial, los incas establecieron un centro de control en Incauta y tal vez cultivaron plantas de coca aguas abajo, al oeste de Codpa y
Ofragía, en
Cachicoca.
Así como la falta de información del público homologa lo andino con los incas, nuestra inmerecida estrella turística es el lago Chungara (
foto). Por hermoso que sea, priva a los locales y turistas de la maravilla arqueológica de la
sierra prealtiplánica. En todo caso, debo reconocer que esa zona tuvo para los incas una gran importancia estratégica, pues desde allí se podía controlar al río Lauca y a los pastores de auquénidos de nuestro altiplano (
foto). Nótese que, cuando después de la inicial conquista de los Collas éstos se rebelan y (supongo que) se preparan para una contraofensiva proveniente del norte, los incas los sorprenden atacando su retaguardia desde el oeste con tropas que acceden el altiplano vía Chungara.
No es de extrañar entonces que allí exista un tambo incaico particularmente sofisticado, por supuesto provisto de un ushnu (estructura ceremonial). Ubicado en nuestro altiplano a 4.600m de altura, merece una descripción más detallada.
La primera vez que visité el lugar fue en enero del 2004, aprovechando un fin de semana durante el cual las lluvias del “invierno boliviano” mermarían. Me acompañaba mi hija adolescente, Valeria, un santiaguino típico y otro aficionado al montañismo. Partimos de madrugada para evitar las lluvias de la tarde. En el camino tuve la alegría de comprobar que los cerros Taapaca estaban cubiertos de nieve (
foto), pues eso auguraba un adecuado aporte de agua a nuestros valles. Un mes antes ya no quedaba nieve en ellos (
foto).
Para llegar al tambo (”
tampu”) hay que pasar por la ribera sur del lago Chungara y atravesar el control fronterizo, sin llegar al territorio boliviano. El tambo es de modestas dimensiones, conformado por media docena de recintos rectangulares (
foto) y una plataforma rectangular elevada para gestiones ceremoniales (
ushnu,
foto), pero de sofisticada arquitectura típicamente incaica, con piedras de superficie plana en ambas caras de los muros y esquinas en ángulo recto muy bien diseñadas (
foto). Domina visualmente al bofedal que se prolonga hasta Bolivia, donde se pueden ver llamas y alpacas pastando y algunas vicuñas (silvestres) que se aprovechan del recurso alimentario (
foto), indiferentes a los reclamos de los pastores, para quienes esta especie protegida vulnera sus intereses. A lo lejos se observan grandes camiones que transportan mercadería desde y hacia Bolivia (
foto), tal como antaño lo hacían las caravanas de llamas desde antes de los incas.
Como otros, este tambo era un elemento de apoyo a las rutas caravaneras y algo más a juzgar por la estructura ceremonial (
ushnu). Más hacia la costa estaba el tambo que dicen que había en
Putre y desde luego, el ya mencionado centro administrativo de Zapahuira, desde donde probablemente se controlaba a los valles y a la costa de Arica. Sin embargo, Santoro y cols. sugieren que su construcción pudo haberse realizado en tiempos hispánicos por locales que recordaban las técnicas arquitectónicas incaicas y que tal vez habría servido más bien para el tránsito de las caravanas que transportaban la plata de Potosí a Arica...
Asentamientos en el Valle de Lluta y el de Azapa
Ya mencioné que los incas reconocieron la importancia del valle de Azapa, a juzgar por los remanentes de Alto Ramírez. Pero es en el valle de más al norte, Lluta, donde se encuentran más restos incaicos, tal vez porque la ocupación menos intensiva de éste por la mala calidad de sus suelos permitió la preservación de las ruinas.
En la parte media de este valle hay numerosas quebradillas donde existían pequeños asentamientos del Período Tardío y algunos centros de mayor tamaño. Entre éstos, a unos 20km de la costa están las ruinas de Rosario y 5km más al este, las de Mollepampa. La última debió tener mucha importancia si es cierto que allí se encontró el khipu más grande que se conoce (
foto).
En ambos lugares los incas se instalaron en una planicie seca más alta que el fondo del valle, al lado de poblados de ariqueños, de manera que hay numerosos restos de estructuras y cementerios perturbados, con huesos humanos expuestos al sol (
fotos). Los
huaqueros modernos siguen explorándolos, ahora con detectores de metal, para recuperar una amplia variedad de objetos: tumis (
cuchillos), agujas,
prendedores para la ropa, adornos como
placas pectorales, lauraques (
colgantes que adornaban la cabellera),
espejos metálicos y otros.
Aunque de menor importancia administrativa, el sitio de Rosario (
foto) es más interesante porque entre la planicie y el
talweg hay una gran cantidad de petroglifos (
foto), no necesariamente incaicos. Además, aunque no puedo precisar su antigüedad, hay varias estructuras para el procesamiento de metales.
Ubicado en la ladera sur del valle a más de 20m del
talweg, el sector metalúrgico de Rosario recibe fuertes vientos, necesario para dar tiraje a los hornos. Uno de ellos es una especie de túnel largo y de no más de 50cm de diámetro (
foto), que en época contemporánea fue probado, demostrándose que obtenía grandes temperaturas. Más hacia el este, precisamente en la ceja de la explanada, hay una serie de recintos redondos delimitados por piedras, muy similares a los hornos de fundición (
wayra) que se muestran en el ya mencionado libro del Museo Precolombino en relación a un sitio incaico de Copiapó. No he conseguido más información al respecto, por lo que no puedo asegurar que son de data incaica (
foto). Pero no cabe duda que en la zona se realizaban procedimientos metalúrgicos pues me consta que hace algunos años un huaquero encontró una placa no elaborada de oro en Mollepampa, cuya venta como oro (no reliquia) le produjo una interesante suma.
Muy cerca del mar y vecino a un poblado de ariqueños, están las colcas de Huaylacan, grandes depósitos subterráneos con paredes de piedra (
foto) cuya capacidad total(más de 600 unidades) sugiere que servían para almacenar los excedentes del valle más que para las necesidades del modesto poblado yunga preincaico.
Hay muchos más remanentes incaicos en Arica que los que he mencionado: me he limitado a lo que es fácilmente accesible (con respeto, ¡por favor!).
En la parte alta del valle de Lluta hay un asentamiento del período inacico (Período Tardío), estratégicamente ubicado en el preciso lugar donde las caravanas procedentes de la Cordillera llegaban al talweg del valle tras un acrobático descenso y necesitaban descansar y/o reabastecerse:
Milluni y otro vecino,
Vinto. Hay otro en el valle de Azapa, cerca de
Humagata,
Achuyo, provisto de petroglifos muy peculiares. En ellos, según Daniela Valenzuela, Calogero Santoro y Alvaro Romero (Chungara 36,N°2::421-438;2004) postulan “
la existencia de un patrón de arte rupestre de origen local pre-Inka, que es transformado y utilizado por el Inka de acuerdo a los intereses imperiales de expansión ideológica y control de esta provincia”, como un intento de integración de nuestros ariqueños con la ya establecida presencia de poderoso Imperio Inka.
La más conspicua expresión inkaica en el valle de Azapa es el Cerro Sagrado (
foto), cuyos elaborados geoglifos sugieren que fue un centro de adoctrinamiento destinado a nuestros yungas ariqueños (apelativo genérico aplicado a los indígenas de las tierras bajas).
Si quiere ver petroglifos incaicos, basta ascender por el valle de Lluta hasta Chapisca, en un trayecto de unos 50km desde la rotonda que está al inicio del valle (
foto). Un panel de ese lugar muestra símbolos que se encuentran también en ámbitos no andinos, incluyendo Norteamérica (
foto).
Yo había leído acerca de este asentamiento ubicado en la parte media del valle de Lluta que se inicia en el
Período Intermedio Tardío y que posteriormente, como es la tónica general de los poblados vallunos relativamente alejados de Arica, se vincula (no muy estrechamente a juzgar por la evidencia cerámica) con el estado Inka, pero no lo había visitado aún. Es que hay tanto por explorar que los años pasan demasiado rápido y hay muchísimos sitios de interés arqueológico que aun no he tenido oportunidad de visitar. Pero a Milluni le llegó el momento y por razones muy especiales. Se habrán dado cuenta que soy un jinete fanático y en particular en lo que se refiere a recorrer las ancestrales rutas caravaneras que por miles de años se utilizaron para el comercio entre la Cordillera y el Altiplano con Arica. Cuando las recorro me olvido de quien soy y creo que el alma de los caravaneros se apodera de la mía y me imagino lo que vivieron. Que Milluni (”Millune” en la jerga occidental) sirva para explicarme mejor...
Pues el año 2005 parte de nuestra tropa cabalgó hasta
Socoroma para participar en una muy peculiar festividad. Como siempre, Carlos Requena la lideraba y la cabalgata hasta Socoroma no tuvo incidentes, siguiendo a Jerónimo, el experimentado arriero de Putre que conocía las rutas. Pero a la hora de volver y por razones que no importan, éste debió ausentarse. Carlos, valiente y con un impresionante sentido de orientación, asumió la responsabilidad de retornar a Arica. Teóricamente ésto parece muy fácil: simplemente seguir una de las decenas de rutas. En la práctica es muy diferente pues hay rutas apropiadas para subir y otras para bajar, muchas alternativas y algunas muy deterioradas pues no han sido utilizadas por mucho tiempo. Además, llovía.
El retorno fue muy difícil y extremadamente peligroso. Algunas sendas, al borde del precipicio, simplemente de pronto dejaban de ser transitables y fue casi un milagro conseguir que los caballos tuvieran el espacio necesario para devolverse. Buscando otras sendas cayó la noche y el caballo de Carlos, un pequeño pero corajudo ejemplar (el Chinchorro), encontró un tambo donde pasar la noche. Pero más problemas: dos de los caballos cayeron a una depresión y Carlos se lesionó un hombro. Con gran esfuerzo, paciencia y sapiencia, Carlos Junior consigió elaborarles un precario sendero para sacarlos de allí. Cuento corto, al fin la tropa llegó al valle de Lluta, bajando por la acrobática senda de la quebrada de Chironta. Desde allí, rumbo al oeste para acercarse a Arica, se pasa por otro asentamiento que era parte del aparato estatal Inka (Vinto) y luego por Milluni (Lat. 18º19,5’S Long. 69º49,5’O). Cansados tras esa indescriptible aventura, sólo se consignó las coordinadas del lugar para explorarlo después. Los caballos, ya agotados, se dejaron descansar en Chapisca (Lat. 18º22’S Long. 18º53,5’O) y un par de días después Carlos y su hijo homónimo galoparon hasta Milluni para hacer un reconocimiento preliminar.
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Carlos requena “GPSeando” a Milluni con mi yegua Sumalla.
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Vista Aérea de Milluni (500 metros).
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Por entonces estaba en Arica mi querido amigo y “mentor”, Oscar Espoueys (pionero de la arqueología de Arica) y Alejandro Pavéz, geógrafo dedicado a la investigación de recursos hídricos y no tardamos en explorar el sitio con ellos, esta vez “montando” un vehículo y explotando sus conocimientos.
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Con Oscar Espoueys y Carlos Requena en Milluni, año 2005.
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Pues Arica es eso para nostros, un territorio que nos ofrece interminables aventuras serranas, a caballo, caminando o en vehículos motorizados, con amigos sabios y otros llanos a aceptar cualquier desafío con tal de cumplir lo programado.
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Vista parcial de Milluni.
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Cista fueraria de Milluni.
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Pues tal como fue para nuestra tropa, Milluni era para los caravaneros de antaño un lugar de reposo y reabastecimiento tras un acrobático descenso desde la Cordillera. El lugar, según Daniela Valenzuela, Calógero Santoro y Alvaro Romero (Chungara 36,N°2::421-438;2004) tiene unos 80 recintos habitacionales circulares con el piso a un nivel inferior al del terreno pero no a tanta profundidad como en
Achuyo (algunos de ellos provistos de un “pasillo” de entrada curvo que le confiere al recinto la forma de una coma, como en
Chapicollo) y más de 100
colcas (silos), la mitad de ellas comunitarias (no domésticas). No se aprecian rasgos arquitectónicos incaicos y la mayor parte de la
cerámica es costera y en menor cuantía charcollo (ariqueña de la sierra) y altiplánica preicaica. La cerámica Inka altiplánica (Saxamar) es escasa. La datación de restos de carbón da cifras entre 1400-1620 DC, o sea desde antes de la conquista incaica de la región del Titikaka hasta épocas coloniales. Aunque los investigadores antes mencionados parecen no haber detectado expresiones de arte rupestre, nosotros sí encontramos a una piedra con cúpulas o tacitas y trazos no definibles:
Según Dauelsberg había allí un afloramiento de agua dulce (no salobre como la que baja por el
río Lluta) y cerca del asentamiento se ven algunas andenerías (terrazas agrícolas).
En mi calidad de intruso bien recorrido, cuando visito a uno de estos lugares me separo de mis acompañantes y lo recorro preliminarmente con la mente en blanco, dejando espacio para escuchar a la Pachamama. Si quedo con dudas, vuelvo una y otra vez al lugar para tratar de entenderlo. Poco a poco, las peculiaridades del lugar a veces (pocas veces) me empiezan a elaborar una idea del “porqué allí”. Pues aunque yo estaba predispuesto por la estratégica ubicación del sitio tras tan dramático descenso, sentí que la Pachamama me contó que ese era un lugar habitado por ariqueños (predominio de cerámica de tierras bajas) donde había un cierto potencial agrícola (agua dulce) que se utilizaba para servir a las esforzadas caravanas provenientes de la sierra y del altiplano (abundancia inusitada de colcas y una respetable proporción de cerámica serrana (charcollo) y altiplánica no incaica). Los caravaneros llegaban felices al lugar y allí encontraban el reposo y las vituallas que necesitaban. Cuando los Inkas se hicieron dueños del Mundo Andino nos exigían una muy intensa exportación de bienes agrícolas y el espacio disponible en Milluni era muy reducido para ellos y por eso priorizaron a las tierras bajas (Mollepampa y Rosario en la parte baja del valle de Lluta, etc.), con más espacio para cultivar el maíz que necesitaban. Milluni pasó entonces a ser sólo un lugar de paso, ya no una fuente proveedora de bienes agrícolas (escasa cerámica Saxamar) y su importancia en la red de proveedores fue mínima. Los recintos en forma de coma, aunque no tan abundantes como en
Chapicollo, son una peculiaridad (no exclusiva pues también parece que los hay en
Huaihuarani aunque yo no los haya visto con claridad) que sugiere que los habitantes del lugar tenían alguna función similar a la de Chapicollo, donde hay tan poca “basura” que debe suponerse que era sólo un lugar de reposo transitorio de las etnias altiplánicas.
Bueno, este “carril” mío (chilenismo que significa suposición, invento o idea sin grandes fundamentos) puede ser una burda proposición fácilmente destruible por los expertos y lo acepto con humildad, pero fue la Pachamama la que me contó esa historia...
Hasta el año 2015 hemos vuelto a pasar por allí varias veces y siempre nos ha llamado la atención el colorido de las laderas vecinas al lugar.
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Vista al oriente desde poco antes de llegar a Milluni.
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Detalle de lo que llamamos “el cerro de siete colores”.
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Centros Ceremoniales de las Cumbres
Los incas acostumbraban a realizar ceremonias y sacrificios humanos en la cumbres más sobresalientes. Aunque no son tan espectaculares como los de otros lugares y por cierto no podrá visitarlos a menos que sea un avezado montañista, en la cima de algunas de las montañas más altas del vecindario de Arica, Taapaca (
foto), Cerro Belén y Cerro Márquez o Marqués (
foto), hay ruinas modestas poco exploradas, utilizadas por los incas para sus ceremonias religiosas.
Corolario
En definitiva, los incas mostraron un claro interés por Arica y su cordillera, pero tiendo a minimizar lo incaico porque lo anterior tuvo bemoles mucho más interesantes y me molesta que lo prehispánico sea automáticamente atribuido a lo incaico. Mucho más que la mera imposición de una hegemonía imperial, lo que ocurrió en Arica fue un capítulo apasionante de una versión de la aventura cultural andina. Una de las razones para escribir esta obra es que no estoy conforme con la poca información disponible al público en ese tema y no me cabe duda que de esa aventura depende nuestra mayor riqueza arqueológica. Nuestros yungas fueron
los primeros ariqueños de verdad y con su ayuda debemos terminar por definir
la identidad ariqueña para defendernos de las ambiciones y/o desidia de los santiaguinos, iquiqueños y altiplánicos.