Liberados de la influencia altiplánica tras la invasión aymara del Tiwanaku, los habitantes de los valles de Arica definimos nuestro propio estilo de vida (Cultura Arica), políticamente caracterizado por cacicazgos pequeños que controlaban dominios de territorialidad sobrelapada con la de los vecinos. Aparte del régimen económico que produjo prosperidad al no tener que compartir gratuitamente el potencial de nuestros valles, hubo también un cambio en nuestro fenotipo. Seguiamos teniendo muchos genes amazónicos mezclados con los altiplánicos wankaranis y tiwanacotas (foto). Pero lo más llamativo de la Cultura Arica del Período Intermedio Tardío es la homogeneidad étnica de los habitantes de nuestros valles bajos y costa, pues ambos adoptaron el mismo tipo de derormación artificial del cráneo (Espoueys), perse a originarse a partir de influencias culturales diferentes. Nótese que durante el período anterior (Intermedio Medio) Arica estaba ocupada por una multitud de etnias: camanchacas costeros de El Laucho, coles de Alto Ramírez, altiplánicos (Cabuza y Tiwanaku) y esa peculiar etnia de Las Maytas tan influida por los habitantes costeros del sur del Perú.
Durante el Intermedio Tardío, para contrarrestar el afán invasor de los Reinos Lacustres aymaras tras el colapso del Tiwanaku, a lo largo de cientos de kilómetros del norte del actual Chile se construyeron ciudades-fortalezas. Se edificaban en un lugar difícil de acceder y allí vivían los pastores-agricultores-“soldados” con sus familias y algunos animales, en casas de base de piedra y murallas de caña, o se mantenían como refugio para los agricultores en caso de amenaza bélica. La relación con los altiplánicos era impredecible, ya que ellos mismos eran varios estados política, administrativa y económicamente independientes, aunque en el Período Tardío fueron unificados por la dominación incaica. En Arica hubo pukaras en el valle de Camarones, Zapahuira, cerca de Belén, Ticnamar, Saxamar, etc. (mapa) y también los hubo (más de una docena) en el noroeste argentino.
Estas estructuras defensivas suelen estar anexas a un poblado en la cabecera de nuestros valles (quien controla el origen de las aguas, domina el valle). La evidencia ceramológica sugiere que muchos de esos poblados, como Huaihuarani, Incauta y otros, tenían una población multiétnica formada por “ariqueños” y “altiplánicos”. Seguramente eran centros de intercambio comercial y cultural, una “interfase” entre los asentamientos del altiplano de Arica ocupados por etnias provenientes del Titikaka (pacajes y/o carangas probablemente) y los de la parte media y baja de los valles (Cultura Arica).
La Cultura Arica tiene una marcada identidad social consistente en poblaciones esparcidas por la parte baja y media de los valles, dedicadas a una actividad agromarítima y dirigidas por caciques cuyo poder no traspasaba los límites de la reducida territorialidad de su grupo. Mantenían una intensa relación comercial con los altiplánicos, especialmente en las cabeceras de los valles donde incluso hay evidencias de poblados mixtos. Para los ariqueños, los remanentes más conspicuos de este período son los del Cerro Sombrero. Además de la producción agrícola ya consolidada durante el Período Intermedio Medio, en esta época la pesca marítima adquiere mayor desarrollo y es nuestra principal mercadería de “exportación”, utilizando balsas de madera que facilitaban la captura de peces grandes como corvinas y tollos y la pesca lejos de la costa, incluyendo congrios, un valioso producto de intercambio en estado seco (foto). Es posible que ya en esta época, en un contexto Gentilar, se hayan “importado” desde más al sur las balsas de cuero de lobo marino que usaban los changos que conocieron los españoles.
Directa o indirectamente, según Dauelsberg, los orígenes de la Cultura Arica podrían trazarse hasta las consecuencias de los enclaves cabuza del Período Medio, quienes representan la expresión local de la influencia del Tiwanaku que irradiaba de su centro en Moquegua. Hace unos 1.300 años se inicia la Fase Las Maytas (¿etnia ariqueño/sur-peruana?), con manifestaciones cerámicas que llegan hasta Taltal y representando una alternativa cultural que tiende a diferir de lo Tiwanaku (foto). Ella influencia en cierta medida a la Fase San Miguel hace unos 1.000 años (por lo menos en cuanto a cerámica), Chiribaya en el sur del Perú y principalmente a la Fase Gentilar de la costa.
Aqui debo hacer un paréntesis para aclarar un error producto de la mayor trascendencia de la arqueología ariqueña en relación con la sur-peruana. Arica era, podríamos decir, una especie de provincia de Moquegua desde los tiempos del Tiwanaku (Período Medio), donde el Período Intermedio Tardío tiene un desarrollo de mayor peso. El mayor desarrollo cultural de este período en nuestra zona es el de Chiribaya y las fases San Miguel y Gentilar de la Cultura Arica podrían provenir de Locumba y Sama, siendo Tacna su “capital”. El término “Cultura Arica” podría ser sólo un nombre inadecuado para identificara un proceso cultural en una unidad geo-política hoy profundamente dividida por una frontera artificial impuesta por los intereses caucásicos. Si Las Maytas son el origen de Chiribaya y la Cultura Arica, ¿cómo es que la segunda no era subalterna de la primera? Pensando en voz alta, podría suponerse que Las Maytas concentró su desarrollo en el norte, dejando el espacio para el desarrollo en Arica de una evolución cultural paralela de menor esplendor. Pero, por otra parte, en ningún territorio vecino había un potencial tan rico en materia de obtención de recursos marinos, lo que hizo de Arica el principal proveedor de pescados de toda esta zona, incluyendo al altiplano.
Pero mi intención no es establecer esquemas, sino ayudar al lector a interesarse por lo que aqui sucedió y a la vez impedirle que acepte de buenas a primeras esquemas evolutivos poco consistentes. La gran pregunta es: ¿qué pasó con Chiribaya? Al parecer decae en algún momento del Intermedio Tardío y confieso mi ignorancia, no sé qué ocurrió desde ese momento hasta la aparición del orden incaico. Tal vez alguien tenga una respuesta, pero me intriga la aparición de elementos de San Miguel en ese período y en ese lugar. ¿Es que la Cultura Arica trasciende hacia el norte y se hace meritoria del término “cultura”? Si el concepto cultural “Chiribaya” desaparece antes de la expansión incaica, ¿qué conceptualización cultural la reemplazó? Con esto intento expresar, una vez más, que el Intermedio Tardío plantea hasta hoy muchas interrogantes, que no lo conocemos a fondo y que nos cuesta comprender cabalmente a la Cultura Arica, por mucho que parezca algo bien definido.O sea, aun navegamos por espacios poco definidos y que lo que ocurrió durante el Intermedio Tardío sigue planteando dudas que aun no pueden aclararse. Por eso no podemos aun definir categóricamente a una identidad ariqueña meramente local. El tema es sumamente complejo: tarea para el futuro...
La cerámica San Miguel se presta para interesantes disquisiciones. Se caracteriza por un fondo blanco-crema, con ornamentación inicialmente negra derivada de Las Maytas y luego rojo y negra con motivos ya propios. El color del fondo y la decoración solamente negra inicial demuestran, una vez más, la interacción cultural con el altiplano. Aunque se desconocen los detalles, se acepta que la tradición San Miguel deriva de Las Maytas, pero la cerámica de ésta tiene un fondo rojo y motivos en blanco y negro, lo que sugiere que San Miguel conserva en su inicio el diseño ornamental de Las Maytas, pero modifica dos parámetros: un fondo diferente y pierde la tricromía. Esta novedad parece derivar de los killakas, reino aymara instalado al sur del lago Poopó (Uribe). El estilo de ellos (Taltape) tiene los mismos colores que las primeras piezas San Miguel, pero los motivos decorativos son diferentes. Se le encuentra especialmente en Pica (oasis al interior de Iquique), que está en el rango de Latitud del territorio Killaka. De acuerdo a L. Núñez, Pica era un punto vital en las comunicaciones del altiplano meridional con la costa y tenía ciertamente relaciones con Arica, puesto que otros investigadores encuentran que allí abundan los textiles, cestos y calabazas pirograbadas de la tradición San Miguel o son muy similares. A la inversa, la cerámica Taltape de los killakas es poco frecuente en Arica, pero logra imponer el color de base y la decoración negra inicial. En definitiva, la cerámica San Miguel tiene en sus inicios elementos propios del Tiwanaku, Taltape y Las Maytas.
Si los arqueólogos basaran sus hipótesis acerca de la evolución cultural de nuestras tierras solamente en la evidencia ceramológica, no reconocerían muchas interacciones importantes entre distintas fases culturales y espacios territoriales. Dos ejemplos claros: la cerámica de Las Maytas no tiene relación con Alto Ramírez, pero sí muchos otros utensilios, y la cerámica Taltape de Pica casi no llega a Arica, pero sí llega allí el estilo de muchos de nuestros utensilios. Es decir, los estilos cerámicos no siempre concuerdan con el resto del contexto doméstico. Aqui recurro una vez más a Espoueys, quien se pregunta si acaso lo que no es cerámica identifica el sustrato cultural básico de las poblaciones, mientras que los cacharros identifican a las “divisiones políticas de turno”.
¿Porqué presento estos detalles?: para que el lector pueda reconocer los errores o desviaciones que se pueden producir cuando las ramas impiden ver el bosque. Antes y simplificando mucho, la arqueología se basaba en las momias y la cerámica. Más recientemente se incorporan los parámetros de textilería, cestería y otros y aparecen hipótesis más consistentes. La investigación de las deformaciones artificiales del cráneo que inició el mismo Espoueys, por poner un ejemplo, ya está aportando evidencias para confirmar las presunciones actuales (nota).
Después de San Miguel aparece el estilo cerámico Gentilar en Azapa (1150 hasta 1520) (foto), mucho más emparentado con Las Maytas que San Miguel y ya estamos en el apogeo de la Cultura Arica, complejo de agricultores de los valles (coles, San Miguel) y hombres de mar (cavanchas o camanchacas, quienes también practicaban la agricultura, Gentilar) que pescaban cerca de la costa en balsas de madera formadas por tres gruesos troncos elaborados y otras más complejas que les permitía salir a alta mar a pescar atunes, palometas (dorado), ballenas y hasta congrios, los cuales, secos y salados, eran una estupenda y la mejor mercadería que teníamos para negociar con los altiplánicos. La gente ariqueña de San Miguel ocupaba principalmente el territorio donde ahora está en pueblo homónimo, a unos 15km de la costa, mientras que la de Gentilar ocupaba la parte baja del valle y el espacio donde ahora está la ciudad de Arica, ambos compartiendo espacios con remanentes de Las Maytas y Cabuza. En otras palabras, Las Maytas, San Miguel y Gentilar no son fases sucesivas, aunque aparecen en ese orden cronológico, sino que coexisten a lo largo del Período Intermedio Tardío y hasta el Tardío incaico. Para conocer más de los estilos cerámicos de Arica pulse aqui.
Tras más de 400 años de Señorío Regional en Arica, los incas se aliaron con el Reino Lupaca de la cuenca del Titikaka para avasallar al poderoso Reino Colla. Como premio, los lupacas recibieron privilegios sobre Arequipa y los valles de Moquegua, Sama, Tacna y Lluta y probablemente los pacajes ocuparon inicialmente parte de la precordillera de Arica. Al parecer, la influencia de los últimos sobre el territorio ariqueño empieza a decaer con la dominación incaica.
Durante el Período Tardío los incas no se establecieron en Arica sino que la controlaron a través de los jerarcas aymaras, si bien hubo centros administrativos imperiales en la sierra (Incahullo y Chajpa cerca de Belén, Zapahuira, Molle Grande e Incauta al interior de Codpa), en Lluta (Mollepampa, a unos 25km de la costa) y Azapa (Puriza, un poco más arriba del santuario Las Peñas). En Alto Ramírez, lugar de larga trayectoria cultural para Arica, hubo un poblado inca que se destaca por los geoglifos que se construyeron en el Cerro Sagrado (foto1foto2foto3), lo que sugiere que servía para ejercer alguna influencia “doctrinaria” sobre los locales. En la cordillera propiamente tal y en el altiplano, hubo tambos (lugares de reposo y reabastecimiento para las caravanas) y centros ceremoniales: Chungara cerca del lago homónimo, Pachica (foto) en el valle de Camarones y su vecino Saguara (centro ceremonial y de almacenamiento), Pisarata cerca de Caquena, Ancara cerca del volcán Tacora, etc. En la cima de algunas de nuestras montañas más altas, Taapaca (foto), Cerro Belén y Cerro Marquez (foto), hay ruinas modestas poco exploradas, utilizadas por los incas para sus ceremonias religiosas. En otra sección se aportan más antecedentes acerca de la presencia inca en Arica.
Los aymaras “incanizados” terminan haciendo desaparecer a la Cultura Arica, tal como unos cuatro siglos antes hicieron lo mismo con el ya decadente Tiwanaku. Más o menos esa fue nuestra historia hasta la llegada de los españoles, quienes a su vez destruyeron por las buenas o las malas a la extraordinaria e inédita experiencia social andina. Quién sabe qué hubiera sido del Mundo Andino circuntitikaka, cuna e inspiración de todo lo humano que esta región había gestado, sin el aporte de la costa y los valles, entre los cuales Arica era uno de los principales.
En contraste, si hoy Arica desaparece del mapa, Chile apenas lo percibiría si no fuera por ser un emblema guerrero y de hecho no figurábamos en algunos mapas con los cuales nuestra "Patria" se promocionaba en el extranjero. En lo que se refiere a su identidad, Arica ha sido casi destruida por los aymaras incanizados del Período Tardío, luego por los españoles, la administración peruana y en seguida por los chilenos.
Parece que los aymaras carangas eran los altiplánicos que predominaban en las cabeceras de los valles cuando llegaron españoles. Estos eran unos 35.000 indios (en contraste con los 100.000 lupacas, ocupantes de tierras más productivas en la vecindad del Titikaka) y su núcleo estaba en tierras pobres entre el lago Poopó (al este de Codpa) y la cordillera, controlando además territorios agrícolas en Cochabamba, Chuquisaka y en nuestros valles. Su "capital" estaba en el cerro Capurata, cerca de Guallatiri. Desde allí controlaban los pequeños centros productivos establecidos en la parte alta de los valles (como Livilcar y/o Humagata en Azapa y Sora en Lluta), por la vía de "centros secundarios", pueblos permanentes serranos de funciones productivas y de redistribución como Socoroma en Lluta y donde ahora está Belén (nota).
Como hemos mencionado reiteradamente, el altiplano necesita de nuestra costa y de nuestros valles, así es que, pese a nuestra “independencia” del Período Intermedio Tardío, había de todos modos un intenso tráfico comercial y se formaban largas caravanas de llamas que llevaban nuestros productos, piedras bonitas, plumas y otras chucherías o vituallas al altiplano. Las caravanas siguieron cumpliendo un rol importante en nuestras relaciones comerciales con el interior hasta el año 1900, aunque las llamas se reemplazaron por mulas. Después de eso y hasta hace unas pocas décadas, seguian llegando caravanas de comerciantes de Bolivia a los pueblos de la sierra, los “marchantes”.
Se supone que las caravanas transitaban pacíficamente, pero no siempre era así y había tramos que necesitaban protección guerrera, con cascos de fibra vegetal (foto), petos de cuero y armamento (lanzas, macanas (foto), etc.). El largo trayecto obligaba a frecuentes paradas, a menudo en lugares ya determinados, los “tambos”. En ellos era costumbre dibujar geoglifos, que no describiré porque basta entrar al valle para verlos, además que sería muy complejo tratar de explicar su razón de ser.
Lo invito a que visite el panel “La Tropilla” cerca del Club de Golf, en el valle de Azapa. Un poco al oeste está el Poblado del Cerro Sombrero (mapa), con centenares de recintos habitacionales a media altura en el cerro que se dice que eran ocupados estacionalmente por los ariqueños (I. Muñoz), cuando no estaban pescando o mariscando, para atender sus cultivos y el comercio de productos agrícolas y marítimos con los caravaneros que traían ch’arkhi, lana, quinua y papas. Me imagino a los aymaras altiplánicos o tal vez ariqueños serranos, tras semanas de viaje, acampando a los pies de La Tropilla (o más probablemente en el Cerro Sombrero, foto) y esperando reunirse mañana con los ariqueños para las negociaciones que seguramente se llevaban a cabo en la planicie intermedia. Los geoglifos de La Tropilla cuentan toda la historia (foto), representan simbólicamente las creencias y costumbres (opuestos complementarios, janachu [semental], chamán, espíritus sobrenaturales, foto) y a ellos dedican los caravaneros ceremonias rogativas por el éxito de su gestión. Un poco al sur hay un cerro con tres geoglifos muy particulares, los “danzarines”, los cuales tienen un estilo diferente a los de La Tropilla. Posiblemente éste era un sitio ritual y hasta puede pensarse que las ceremonias pudieron hacerse en la cima de un cerro vecino al Sombrero, pues es un mirador natural desde donde capté la foto. Pero en esta reconstrucción teórica, basada en la presunción prevalente de que el poblado del cerro era ocupado por los ariqueños, hay algo que no cuadra: el poblado es único en su estilo en la costa ariqueña, sus recintos son muy pequeñas para un familia, de una construcción similar a las de los poblados de la sierra y están a mucha altura para sólo evitar a los mosquitos como se supone, además de que había asentamientos de ariqueños en el fondo del valle. A falta de evidencias contundentes, Espoueys supone que el poblado era ocupado por los caravaneros durante su estadía en Arica.
Es pertinente aclarar que los aymaras no son ariqueños propiamente tales. Ellos adquieren importancia en el altiplano durante el Período Intermedio Tardío y posiblemente protagonizaron la gestión definitiva que destruyó al decadente Imperio Tiwanaku, habiendo servido antes como caravaneros del Imperio. Desde entonces empezaron a utilizar nuestros valles y a interactuar, no siempre pacíficamente, con nuestra población original, genéricamente designada como “yungas”, al igual que los pobladores de las tierras bajas al oriente de la cordillera. Luego ejercieron el control de nuestras tierras como delegados del Imperio Inca y así poco a poco va desapareciendo la Cultura Arica.
Pese a la gran mezcla de etnias, debe haber aun gente que desciende en forma más o menos pura de los ariqueños propiamente tales. Es algo que me entusiasma: sé de por lo menos dos familias que un entendido en estas materias cree que provienen del linaje yunga. Si consiguiera identificar a otros, podríamos formar una agrupación de yungas con el propósito de dignificar la expresión máxima del ariqueñismo propiamente tal, aunque abarcando también al sur del Perú. Tal vez esa idea no sea del agrado de nuestros gobernantes...
Nótese que, si como cree Espoueys, Las Maytas proviene de pescadores-agricultores costeros autóctonos y si éstos representan el germen de la Cultura Arica, podríamos trazar una línea evolutiva a partir de Chinchorro y agricultores del Formativo (Fases Azapa, Faldas del Morro, El Laucho), con una brecha en nuestros conocimientos hasta Las Maytas del Período Intermedio Medio, culminando con los coles de San Miguel y camanchacas Gentilar. Esta evolución, por cierto, fue influida intensamente por el desarrollo cultural del altiplano y tal vez, en mayor intensidad de lo que se suponía, por el desarrollo cultural costero del sur del Perú. Nótese que Las Maytas, contemporánea con etapas tardías de las poblaciones de tradición altiplánica Cabuza, se aleja de lo altiplánico en su estilo cerámico y su textilería. La última, conservando elementos técnicos Cabuza, es francamente diferente en cuanto se introduce la decoración con figuras de ciertas piezas como ch’uspas, inkuñas y fajas (Horta). Es notoria la aparición de la serpiente bicéfala como elemento decorativo (foto), ausente en el altiplano y de larga tradición en la costa peruana (Paracas) y la reaparición del uso de turbantes (costumbre costera), que había decaído bajo la influencia Tiwanaku.
Quisiera saber más acerca de la Cultura Arica, pero me falta información. Tengo la impresión de que no ha recibido la debida preocupación de los investigadores. Pareciera ser que desde sus inicios debe luchar contra los intentos de dominación altiplánica y ciertamente termina destruida por la voraz expansión aymara que los incas permitieron durante el Período Tardío.
Lo que quiero decir es que “la verdad”, particularmente en materias históricas, es un producto que depende mucho de hacia dónde se dirige el interés de los expertos y que mañana tal vez éstos estén mirando hacia otra dirección. Creo que no se necesitan más argumentos para suponer que hay un gran vacío en la información que se nos entrega respecto a la Cultura Arica.