El Drama Indígena tras la Conquista
El
desastre de la Conquista es algo que llega mucho más allá de la brutal opresión y del “empleo de la violencia en el ejercicio de LA Verdad” por lo que pidió perdón el Papa Juan Pablo. Los pueblos no siempre sucumben ante la violencia, como lo demostraron con creces los araucanos, sino que se desintegran cuando se destruye su espacio social, económico, ético y religioso.
Cuando llegan los españoles se introducen elementos mercantiles altamente perturbadores en este mundo basado en el delicado equilibrio de la utilización armónica de múltiples pisos ecológicos. La
mit’a (aporte de una fracción de la población de la
encomienda como obra de mano para la actividad minera principalmente), la aparición de los trajineros (caravaneros especializados para servir a la misma actividad) y la frecuente tributación en dinero o especies designadas por el encomendero, modificó dramáticamente la
gestión productiva del indígena. La posibilidad de generar excedentes para comercializar en Arica, por ejemplo, induce la posibilidad de sublimarse por encima del conjunto (hacerse un poco más rico). La unidad del núcleo agropecuario autosuficiente se desmembra pues en los valles precordilleranos se empieza a priorizar la ganadería
y el cultivo de alfalfa, a la vez que la mano de obra necesaria para la explotación de las minas y plantaciones se extrae de las faenas de las cuales dependía el grupo social autóctono. Se perturba así drásticamente la economía basada en la ocupación simultánea de múltiples nichos ecológicos, pues los españoles se apropiaron de los valles para explotarlos con mano de obra africana, peones andinos y cultivos foráneos.
Desmembrado el núcleo, sus componentes dispersos pasan a comportarse como proveedores de un producto único que depende de las exigencias de una economía abierta basada en la competencia y no en la solidaridad.
Sin duda, uno de los factores importantes que ayudan a explicar cómo pudo derrumbarse esa
sociedad extraordinaria es la (hoy) indescriptible catequización del Mundo Andino, con su asombrosa consecuencia sincrética. Eso es un hecho. Lo que es un "creo que" es que aquello, deliberada o casualmente, debió haber servido como una eficiente maniobra distractiva mientras se despojaba al Mundo Andino de sus riquezas minerales y del tesoro en ofrendas acumuladas en la wak'as, templos y tumbas. No profundizaremos este argumento pues en el Chile de hoy no es cómodo tratar temas religiosos.
Otros factores que contribuyen a destruir la peculiar organización socioeconómica ancestral son las enfermedades que trajeron los españoles, el arriendo de indios para trabajar como bestias de carga, la introducción de la necesidad de ganar dinero pues se les cobraba por la "gracia" de ser evangelizados y los funcionarios que cumplían funciones judiciales y de autoridad militar se hacían otro sueldo con la utilidad del expendio de vino a los indígenas. También les vendían abusivamente "a crédito" mulas y necedades como ropa, collares y espejos, pasando por encima de todo lo que no fuera el afán por sublimarse en función de la utilidad monetaria, precisamente en una sociedad que no conocía el dinero ni podía resistir a la moral occidental basada en los intentos de enriquecimiento personal a costa de otros, pues dependía del equilibrio honesto entre sus componentes, el principio de reciprocidad "tu me das, yo te doy y ambos recibimos lo justo y necesario". Por otra parte, se introduce casi a la fuerza un tremendo cambio en cuanto a la utilización de la tierra.
Sin embargo, el aymara es porfiado y tiene (¿o tenía?) paciencia infinita. A través de diversas manifestaciones se conserva algo de ese ideal de verticalidad después de "
ese gran incendio" que fue la Conquista según Pablo Neruda. Pero los caucásicos jamás dejarán de imponerles su miope y presuntuosa "lógica". Para sólo citar un ejemplo, imagínense el desastre que han dejado los altaneros "expertos" de la Reforma Agraria de algunos de estos países contemporáneos nuestros en que se fragmentó el Mundo Andino.
Algunos cambios en la economía andina tras la Conquista
A partir de mediados del siglo XVI aparecen los azogueros, aymaras responsables de transportar a
Potosí el mercurio que llegaba a Arica desde Europa y desde Huancavélica para satisfacer las necesidades de Potosí. El mineral venía en bolsas de cuero llamadas badanas y su peso y consistencia las hacía muy difíciles de transportar, por lo que los españoles le entregaron esa responsabilidad a expertos caravaneros indígenas. Muy prestigiados entre sus pares, ellos se constituyen pronto en importantes gestores de la introducción del mercantilismo que destruye el equilibrio social andino. Las badanas que se necesitaban en Arica se confeccionaban en Chile (el Chile central, obviamente) y significaban un inmenso negocio, con internación ilegal de partidas y otros negocios sucios que contaminaban la pureza autóctona. Las llamas, reemplazadas a principios del siglo XVII por mulas, necesitaban arneses de totora (“izangas”) para cargar las badanas, los que eran confeccionados en Arica durante la temporada de invierno (el verano era malsano) por indígenas especializados que bajaban desde las tierras altas. La especialización es indispensable cuando la prioridad es el enriquecimiento, pero envenena el equilibrio andino.
Cerca del mar se notaba poco la presencia altiplánica. Cuando se estableció el
Corregimiento de Arica, en 1565, existía un pueblo indígena llamado Ocurica, ubicado en el valle de Azapa (antes denominado “Cusapa”) cerca de lo que hoy es Pago de Gómez y constituido por indïgenas dedicados a la pesca y a la agricultura.
Poco a poco, se empieza a consolidar el despojo de los indígenas por parte de los españoles. Poco después de 1570, Pedro Chaco era "el cacique de los indios naturales de Arica", pero estaba tan afligido por los tributos que tuvo que vender en 90 pesos parte de sus propiedades en Ocurica a un oportunista llamado Gonzalo de Valencia, quien tuvo un hijo cura que terminó explotando esas tierras. Esa transacción abusiva generó un pleito que fue defendido por el abogado español Iñigo de Arguello y que siguió litigándose ya en tiempos de los nietos de Valencia, frescos por herencia que corrieron los linderos para apropiarse indebidamente tierras colindantes, echándole la culpa a una crecida del río San José. Gonzalo de Valencia también compró tierras Lluta arriba y más arriba lo hizo Martín Vicente. En 1640, doña Francisca Chaqui legó en su testamento la mitad de sus tierras de Ocurica a la Cofradía de Nuestra Señora de Copacabana, pero se las apropió quien fuera su albacea, Juan de Larragoitía. Pocos años después el pueblo Ocurica desaparecía hasta de los escritos de los historiadores de fines del siglo XX.
Más o menos en esa época se extinguia la influencia caranga sobre Arica y su sierra. En 1634, la erupción del volcán Hatun Carangas obliga a abandonar la capital caranga homónima (hoy Turco) que estaba cerca de
Guallatiri hacia el Este, a la vez que una peste arrasa con el Mundo Andino (1718-1720) y afecta gravemente a los indígenas de la sierra ariqueña. Pero después ésta se fue repoblando poco a poco con nuevos inmigrantes altiplánicos y el centro de poder se concentra entonces en
Codpa, donde residía el cacique de "los altos de Arica" que gobernaba a las tribus de
Socoroma,
Putre,
Parinacota,
Livilcar,
Ticnamar y otras.
En otras partes de Azapa pasó lo mismo que en Ocurica. En 1684 Pedro Farfán de los Godos se quiso apoderar de
Humagata bajo el pretexto de que los indios no habían bajado a cultivarla: ¡Cómo iban de hacerlo si ese año el río San José no bajó y la tierra estaba seca! (hasta ahora los chilenos de Santiago parece que no entienden que Arica se mueve al ritmo estacional del San José). El lío de las tierras de Humagata es largo y los españoles siguieron haciéndole trampas a los indígenas según consta en documentos de 1719.
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Cambios en la actividad agropecuaria
Los azogueros y el trabajo destinado a los que explotaban los minerales del Alto Perú, actual Bolivia (mit’a), se superponen a los cambios en la actividad agropecuaria.
A mediados del siglo XVI, durante el gobierno del tercer Virrey, don Andrés Hurtado de Mendoza (1556-1561), llegó de España medio almud de trigo, el cual se repartió en cuotas de pocas decenas de
semillas. Se envió a otras partes del virreinato semillas de la primera cosecha. Los indígenas sólo aceptaron consumirlo y plantarlo bajo presión, pero ya en 1565 la producción en Arica doblaba a la de Tacna y triplicaba a la de Ilo. El encomendero Martínez Vegazo, quien al parecer no dejaba escapar oportunidades para hacer buenos negocios, instaló un molino en Lluta.
Más o menos en la misma época llegó la uva negra desde las Canarias y se plantó en Ica. Pronto adquiriría gran importancia en las labores de nuestros valles centro-andinos, Moquegua, Locumba, Caplina (Tacna), Azapa, Codpa, etc. Ya en 1565 hacía algún tiempo que el encomendero Lucas Martínez estaba explotando su viña en Ocurica, la cual era un excelente negocio a juzgar por el pago privilegiado que recibían los indígenas que la servían.
Los higos llegaron, según dice la tradición, con Pizarro y él mismo plantó una estaca. En 1565, uno de los grandes comerciantes de higos secos de nuestra zona no era otro que nuestro encomendero arequipeño, don Lucas.
La historia de los olivos es un poco más compleja. Según resumen de Ricardo Palma, un ricachón de Lima, don Antonio de Ribera, productor de frutos extraños para América (naranjas, duraznos, melones, etc.) se embarcó en Sevilla con 100 estacas de olivos, pero tras una navegación de nueve meses llena de peripecias, sólo tres pudieron plantarse. A corto plazo, alguien no identificado le robó una y por ello mereció del arzobispo la excomunión mayor. Años después se presentó ante el arzobispo el ladrón, un acaudalado patriarca de una rancia familia chilena, consiguiendo el perdón tras una generosa donación al hospital de Santa Ana y una jugosa retribución a don Antonio. La estaca que se había robado había tenido un esplendoroso devenir en Santiago.
Como sea, ya a principios del siglo XVII había plantaciones de olivos en la vecindad de la costa del sur peruano y no tardó mucho el valle de Azapa en destacar por la calidad de sus aceitunas.
Con la nueva actividad agrícola llegaron animales que poco calzaban con el estilo de vida andino, como las vacas, los caballos, pavos, puercos y las gallinas.
Los dos últimos llegaron casi junto con los conquistadores y Pedro de Valdivia los incorporó en su primer viaje a Chile. El cronista
Blas Valera dice que el canto del gallo le parecía a los quechuas que era el lamento por la muerte de Atahualpa, por lo que a éstos los llamaron wallpa o atallpa. La producción de gallinas se inició con rapidez en Arica y ya en 1550 los encomendados debían entregar a Martínez Vegazo 1.090 unidades. En cuanto a los cerdos, ese año nuestro encomendero debía recibir más de 50 animales como parte del tributo.
También llegaron los ratones comunes, pero ya en 1537 habían traído gatos domésticos...
Todos estos cambios, que superficialmente podrían catalogarse como no trascendentales, se complementaron con la brusca redefinición del esquema social, jerárquico, religioso y parámetros sanitarios y ocurrieron en tan corto plazo, que sin duda Neruda no alcanza a cuantificar la situación cuando define a la Conquista como un
“gran incendio”.