Introducción
Que quede claro: he sobrevivido a muchas cabalgatas por mera suerte y no soy un jinete avezado, pero tampoco nadie me enseñó a cabalgar bien hasta que me involucré como alumno en un centro ecuestre y debo confesar que lo hice atraído por la elegancia y versatilidad que demostraban los instructores y alumnos, muchos de los cuales ni han soñado cabalgar por los territorios que este ignorante atravesó exitosamente. Pero no tardé en darme cuenta que la equitación clásica mejoró enormemente mi capacidad y seguridad y creo que hasta me salvó la vida. Pero sigo siendo un jinete mediocre en búsqueda de la eficiencia. Aprendí que la eficiencia se vincula a la lógica, experiencia, estudios teóricos, simplicidad y buenas relaciones con el animal...
Este texto está diseñado para principiantes, “acostumbrados a los caballos” y jinetes de cierta experiencia y en particular a aquellos que nos acompañarán en nuestras cabalgatas. Pretende aportar lo que por décadas nunca tuve a mi alcance para mejorar mi capacidad para montar sin conflictos y a la vez orientar al lector en la razón de ser de los diferentes estilos de monta y lo que puede incorporar de cada uno de ellos. No siendo un jinete experto, no pretendo ofrecer un manual de equitación impecable, sino simplemente ayudarlo, si lo necesita, basándome en mis propias dificultades, pasadas y presentes. Huasos expertos, avezados jinetes de escuela clásica y mis propios compañeros de cabalgatas serranas estarán en desacuerdo con algunas de mis sugerencias y se agradecen todas las críticas, pero la equitación es a la vez una técnica y un arte y hasta aquí no más llega este bien recorrido, poco aporreado, pero imperfecto artista. Peor es nada...
Puesto que sigo tratando de aprender a cabalgar bien en un centro ecuestre, casi no pasa semana en la que no presencie con admiración a un avezado jinete tratando de corregir el mal comportamiento de un caballo, generalmente provocado por una deficiente gestión de un alumno y otras veces tratando de hacer de un caballo nuevo un animal montable pero a la vez brioso y dispuesto a esfuerzos máximos de un momento a otro y luego recuperar la calma. Es, por cierto, una situación extrema e inusual y esos caballos suelen perder fácilmente sus buenas maneras. Cada experto tiene su propio bagaje de trucos y funcionan, pero sólo he incorporado algunos de ellos, los que creo que concuerdan con mi capacidad de permanecer montado. Prefiero bajarme y pisar el suelo por mi cuenta antes de que el animal me haga llegar a él con violencia. Ningún jinete es invencible ante un caballo que entra en pánico incontrolable. Esto no es para asustarlo: a diferencia de nuestra tropa, los animales de los centros ecuestres suelen ponerse muy nerviosos en el campo pues viven enclaustrados en un estrecho recinto del que salen casi siempre para sólo trabajar en un muy bien conocido picadero, donde casi permanentemente están exitados a consecuencias de la “gimnasia” que deben hacer diariamente y de la adrenalina que necesitan para saltar obstáculos una y otra vez y cada vez con mayor dificultad. Algunos de ellos se exitan tanto durante un plácido paseo por la playa, que todo su cuerpo se cubre de sudor espumoso y no me gustaría ser yo su jinete. Nuestros animales tienen sus propias mañas y algunos pocos pueden ser más difíciles que los de los centros ecuestres, pero los conocemos bien y así podemos asignarlos según la capacidad del jinete.
Lo descrito sirve para expresar un importante parámetro de seguridad: a nuestros principiantes y turistas les asignábamos un caballo confiable y les pedíamos que fueran humildes y cautos, que no dudaran en pedir ayuda y no pretendieran saberlo todo. Pese a mis limitaciones, me gusta montar a un caballo más o menos difícil de vez en cuando, pero con el 100% de mi atención dedicada a él y presumiendo que es casi un hecho que me botará. En esas condiciones ni siquiera me permitiría portar mi teléfono celular y menos prender un cigarrillo. Ahora bien, reduzca el riesgo a un 1% si monta un caballo de paseo, pero nunca deje de pensar que podría botarlo. Estos consejos pretenden ayudarlo a que eso no le ocurra a Ud., con los limitados trucos de mi bagaje.
Para que la intención de esta nota quede bien clara, recuerde la Ley de Murphy: “todo lo que puede suceder, sucederá alguna vez”. Esto se relaciona con la Segunda de las Leyes de la Termodinámica, las que rigen a nuestro universo material: “la entropía (el desorden) tiende espontáneamente al infinito; sólo un aporte de energía puede evitarlo”. Exagerando para que el mensaje sea bien claro, la conducta del caballo podría ser analogada a la entropía y la energía que la contrarresta es Ud. y su gestión como jinete. Ejemplo: en una oportunidad, bajando una empinada ladera rocosa por una estrecha huella zigzageante, el más inusitado asomo de amenaza provocó una descontrolada reacción de huida a mi asustadiza yegua y era prácticamente seguro que rodaríamos cerro abajo. Pero por muy insignificante que pareciera, la percepción de una posible amenaza me preparó instintivamente para lo peor (tomé las riendas cortas y una en cada mano y concentré toda mi atención en el caballo) y cuando lo improbable sucedió, una rápida secuencia de órdenes predefinidas me permitió “administrar” la loca huida para guiarla de vuelta al sendero, en una acrobática maniobra.
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La flecha azul indica la continuación del sendero, oculto por las piedras. La amarilla, el trayecto irracional de la escapada de la yegua. Justo detrás de la piedra intermedia y ya en la pronunciada pendiente, la Sumalla tuvo la fuerza y los estímulos necesarios para subir al sendero oculto, supongo que segundos antes de desbarrancarse. Una rienda en cada mano para ampliar la gama de estímulos para el “tren delantero” del caballo y el entrenamiento del animal para modificar la curvatura de la columna e impulsarse con las gestiones de las piernas del jinete, nos salvaron del más crítico incidente que he vivido. Pero no se asuste: éste se produjo bajo situaciones extremas con un animal fuerte y entrenado por el mismo jinete para tramos difíciles, pero que no era aún confiable para novatos. La lección: cada caballo tiene o carece de habilidades en función del entrenamiento que ha recibido y la Ley de Murphy es inexorable. El incidente lo causó un grueso cable eléctrico irresponsablemente tendido a través del sendero, pero que no se había enredado en las patas de la media docena de caballares que ya habían pasado sobre él. No terminó en tragedia porque canalizé sus ansias de escapar hacia la dirección que me convenía, en vez de tratar inútilmente de frenarla con las riendas.
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En esa etapa de su entrenamiento, a un novato no le habríamos pasado a la Sumalla, pero lo descrito ilustra que todo puede suceder. Lo que nos salvó fue la anticipación del peligro y todo el tiempo empleado en enseñarle a la yegua el reflejo perentorio de ceder lateralmente el cuello con una rienda, el tronco o la grupa con el espuelín presionando en el lugar apropiado, e impulsarse con la presión de las piernas. Con las dos riendas tomadas con una mano y la penca en la otra, no nos salvábamos.
Otro ejemplo menos dramático:
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Tras unos pocos meses de entrenamiento y pese al poco tiempo que pude dedicarle, mi yegua asustadiza ya era relativamente confiable y mi nietecito se permitía algunas libertades.
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Pero dos minutos después de estas “acrobacias”, galopándola “en pelo”, le corcoveó suavemente e Israel inesperadamente aterrizó en el pasto. ¿Porqué corcoveó?: no importa ahora, pero todo puede suceder, cuando menos se lo espera...
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El suave corcoveo pudo haber sido abortado, pero mi nieto, Israel Aguirre, no sabía aun cómo anticiparlo y reaccionar a tiempo. La yegua no estaba acostumbrada a un jinete tan liviano y tal vez sólo corcoveó porque estaba en celo y/o de puro entusiasmo, pero lo hizo y el jinete se cayó. Las reacciones adversas de los caballos no dependen de un factor único y consistente: simplemente harán lo que les parezca natural, más fácil y cuando se les ocurra, porque no nacieron para ser montados. Un caballo bien entrenado y un jinete eficiente, respetuoso y siempre alerta son los principales ingredientes para evitar un accidente.
Cuando ocurrió lo anterior, aún no estábamos dispuestos a dejar que cualquiera montara a la Sumalla, pero sí a mi nieto, quien llevaba meses acariciándola, cepillándola y, en definitiva, amándola: ya se conocían bien. Por cierto, no dejó de volver a montarla de inmediato, como si nada hubiera sucedido, para que el evento no implicara el “premio” de librarse del jinete y dejar de trabajar.
En nuestras cabalgatas con extraños no hemos tenido ningún accidente de importancia en unas 1.500 horas o más, sumando los tiempos de cabalgata de todos los jinetes (incluyendo a menores, damas y varones que jamás habían montado), pero conviene describir lo peor que puede pasar, por su bien y para que no nos deteriore la estadística. No pretenda recordar todos los trucos y técnicas que describiré ni crea que son infalibles: simplemente lea con atención, identifique y anote sus dudas o temores y pida consejo antes de montar y/o cuando lo crea necesario. Nadie nace sabiendo y el orgullo machista o feminista no cabe en la equitación.
Hace años elegimos a un líder que no monta al estilo clásico pero que sabe muy bien lo que hace, conoce bien los derroteros y trucos necesarios para la equitación serrana y todos acatamos sin discusión sus decisiones. En definitiva, pretendíamos que todos los jinetes montaran al caballo apropiado para sus capacidades y formaran parte de una tropa armónica, disciplinada y sin conflictos de liderazgo. Además del líder, nunca faltan jinetes bien recorridos que saben cómo ayudar a quien lo necesita.
Aparte de un caballo que se paró de manos y luego cayó sobre un jinete de larga experiencia huasa (pero que se le comportó muy bien después de que inmediatamente lo montara un rato uno de nuestros mejores jinetes huasos, lo que demuestra que el primero cometió algún error que no alcancé a percibir); un
potro que se echó un par de veces con su bien conocido dueño-huaso encima y una vez éste quedó trabado en la arena por sus tremendas espuelas (el mismo animal quiso intentarlo otra vez con un versátil jinete de indefinible escuela, pero éste se lo impidió); una caída hacia un lado porque el caballo resbaló al transitar sobre una roca lisa y oblicua cuando su bien conocido dueño estaba distraídamente bebiendo agua y el resbalón de una yegua en un paso rocoso muy difícil que pudo haber lesionado al conductor que la llevaba a pie estando él mal ubicado en relación al animal, la peor de nuestras experiencias serranas la sufrió durante nuestra primera cabalgata serrana un valiente turista que nunca antes había montado:
La yegua tenía una maña potencialmente controlable: la tendencia a ponerse a girar rápidamente en círculos estrechos, por su propia cuenta y con el hocico fuertemente adelantado, en cuanto la montaban. A la primera monta, lo hizo y el jinete trató de afirmarse con las riendas en vez de contrarrestar la acción o simplemente agarrarse al pomo de la silla o a la tuza, y lo hizo con las riendas tomadas desde muy atrás y las manos muy arriba: por supuesto, ambos se cayeron. Ya no montamos a cualquiera en animales con mañas peligrosas y ahora pretendemos darle alguna instrucción preliminar a los que la necesitan. En todo caso, el mismo jinete continuó una cabalgata de más de 25 horas sin ningún incidente ulterior. Ya veremos que cuando el caballo levanta la cabeza y adelanta el hocico está demostrando susto o una actitud agresiva.
Todos esos incidentes fueron causados principalmente por el jinete y no tanto por el genio del caballo. Antes de cada cabalgata, tratábamos de que el jinete conociera a su caballo y este mismo documento demuestra nuestra intención de ofrecer cierta información preliminar. El texto puede ser complejo y tener muchos detalles, pero esperamos que le sirva para identificar sus temores y deficiencias y nos dábamos todo el tiempo que era necesario para resolverlos para que cabalgara tranquilo pero no descuidada o abusivamente.
Hay una prosa que es la plegaria del caballo y dice algo así como “si mi comportamiento es inadecuado, no me castigues, sino que revisa lo que haces con las riendas y los estímulos que me aportas”. ¿Cómo conseguir eso sin ser un jinete adiestrado y de buena escuela? Pues, no siendo posible enseñar los trucos y técnicas de una buena monta en estas páginas, el mejor consejo que podemos dar a los novatos y también a los que se creen iniciados, es tratar de comprender la etología (“psicología”) de los caballos. Basta eso para tener una relación armónica con el animal para que ambos disfruten de la cabalgata.
Todo el mundo puede montar, incluyendo a los niños con deficiencias mentales (hipoterapia). Pero le tenemos cierto temor a quien dice “yo me crié en el campo y estoy acostumbrado a montar” pues suelen creer que el jinete tiene que demostrale al animal que es un macho recio e intransigente y que sabe tanto que no acepta sugerencias. Podría relatar muchas experiencias negativas derivadas de ese concepto o protagonizadas por “acostumbrados”, algunas tan absurdas como montar cuando las riendas están amarradas a un árbol, por ejemplo, o de los que creen que castigando al animal como si fuera un humano de mala conducta éste aprenderá a pensar como tal, “para que sepa que yo soy el que manda”. Estamos convencidos de que en la equitación no hay lugar para el machismo, la soberbia y la espectacularidad. El mejor jinete suele ser el que, sin aspavientos y en forma no espectacular, consigue que su caballo se mantenga serenamente atento y que sin mucha resistencia enfrente a los obstáculos difíciles. Ese jinete no intenta imponerse a la fuerza a su animal, sino que lo comprende, sabe que controla a media tonelada de músculos que exigen respeto, buen trato y un liderazgo racional y reconoce las señales de alerta que le comunica el caballo a través de su lenguaje corporal. Aparte de algunas órdenes sonoras de parte del jinete, de los estímulos a través de las riendas y las piernas y el uso moderado de la fusta o similar, buena parte de la comunicación entre ambos depende del lenguaje corporal. Los cowboys recios y valientes que puede Ud. haber visto en las películas actuando con brusquedad son sólo eso: personajes de película envidiables por su destreza y machista valentía, pero muy alejados de la realidad que conservará la integridad de los huesos de Ud. Si quiere demostrar cuán valiente es, mejor que no intente cabalgar con nosotros...
Los detalles básicos como por cuál lado se monta, cómo se coloca la montura, cómo se sujetan las riendas y cómo se mantiene el equilibrio sobre la silla, pueden explicarse con facilidad al lado de un caballo. Pero, definitivamente, el respetuoso control del animal y a su etología es lo más importante y eficiente para compartir una interacción agradable y segura con el equino. Eso y un caballo bien entrenado es todo lo que se necesita para disfrutar de la experiencia.
Tal como Ud. debe tratar de hacerlo, los caballos suelen expresar su intención a través de un mensaje corporal. Para poner un ejemplo simple y jocoso, algunos animales tienden a acostarse inesperadamente y donde les place cuando se detienen tras un tramo más o menos largo.
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Casi sin aviso previo, este potro tiende a hecharse, aun montado. En general no es peligroso sino molesto, pues desestiba la carga, pero puede evitarse levantando la cabeza del animal si se percibe la intención. Si es una maña habitual del caballo, manténgalo siempre caminando alrededor de la tropa si ésta se ha detenido.
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Lo más típico (pero no exclusivo) es cuando están sobre el agua, y han dejado de beber. Si el animal empieza a escarbar el piso con una de sus manos, es muy probable que a corto plazo se acueste con jinete y todo. Me parece que hay caballos que con ciertos jinetes se sienten con el derecho de hacerlo. Para evitar un bochorno en general benigno, mueva a su animal en cuanto exprese con las manos su intención. Si éste se acuesta, no desmonte, sino estimúlelo como pueda para que se vuelva a poner en pie. Una anécdota simpática: Habíamos cabalgado varias horas y nos detuvimos por algunos minutos para estibar la carga de uno de los jinetes. Descuidado, un amigo que portaba las inmensas espuelas chilenas, de pronto se encontró atascado en un terreno arenoso: El caballo, que suele hacer la misma gracia, se había acostado y las espuelas de mi amigo se enterraron en la arena, impidiéndole desmontar: estaba atrapado
Inteligencia del Caballo. Los caballos son esencialmente tontos pero tremendamente capaces de adquirir reflejos de subsistencia (instinto de huida) y para liberarse de las presiones que lo molestan (tensión de las riendas, presión de la piernas, toquecitos con la fusta). Definitivamente no son “inteligentes” pues carecen de capacidad analítica puesto que no cazan y el pasto que comen no arranca y en consecuencia no necesitan la astucia de los cazadores como los perros y los gatos. Aun los ratones los superan en este aspecto, en buena hora pues precisamente su etología de animales de presa es lo que permite que los adiestremos y lo acepten. Trate de enseñar que un perro grande se deje montar por un niño chico y verá que es imposible.
Agresiones como los pencazos de los campesinos que montan mal, pinchazos con esas inmensas espuelas puntiagudas, tirones bruscos con las riendas y otras acciones que causan dolor más que incomodidad, generan experiencias no analíticas que sólo resultan en un animal poco confiable, habitualmente confundido y asustado por el castigo que espera cada vez que lo montan. El mejor jinete es el que con menos espectacularidad consigue lo que quiere que haga el caballo, no el que aguanta interminables corcoveos.
Los caballos tienen una inmensa capacidad para recordar eventos del pasado lejano, precisamente porque carecen de capacidad analítica. Si se le ordena con las piernas avanzar pero simultáneamente se le tira de las riendas como lo hacen los no-jinetes para sentirse seguros, simplemente el animal se confunde, no sabe qué hacer y adopta instintos de huida o rechazo. Resultado: un animal inquieto que un novato no puede controlar. Pero muchos novatos o “acostumbrados” creen que demostrándole brutal o dolorosamente al animal que el humano es que manda lo someterá. Grave error: el secreto es aprender a mandar sin agredir, “por las buenas” y eso puede requerir de un poco de paciencia y, por cierto, respeto al caballo.
Para evitar las conductas inapropiadas, hay que pensar como caballo y anticiparse a su reacción con órdenes simples y no agresivas, lo que los humanos no comprenden pues creen que el caballo “debe saber cómo comportarse”. Si el caballo tuviera un mínimo de inteligencia, simplemente no nos dejaría montarlo. En cierto modo, debe considerársele casi como una máquina que reacciona casi siempre de la misma manera a ciertos estímulos y es responsabilidad del jinete hacer que éstos sean los apropiados. Si Ud. “aserrucha” a un auto, las ruedas traseras resbalarán sobre el pavimento; si lo frena a fondo, harán lo mismo. Eso puede ser muy espectacular, pero de ninguna manera significa que sabe manejar bien y eso puede extrapolarse a la equitación. Los caballos me recuerdan mi experiencia de aviador: todos los aviones vuelan por el mismo principio físico, pero el fuselaje y las alas están diseñados para una técnica específica de vuelo, tal como los caballos por la instrucción que recibieron, e igual que los aviones, todos pueden causar una desgracia si el piloto trasgrede los límites de tolerancia. No porque vuele un Cessna 172 con eficiencia, que planea deliciosamente, podrá volar de la misma manera a un Cherokee Colt, que planea como un piano en caída libre. A los pilotos se les exige memorizar los límites de tolerancia del avión, algo que los jinetes “acostumbrados” raramente consideran. La gran diferencia con los aviones es que la conducta de cada caballo es casi completamente más consecuencia de su adiestramiento y trato ulterior que de un no-existente bagaje de conocimientos grabados en su sistema operativo. Aparte de sus instintos de supervivencia, que jamás pueden eliminarse, ellos responden al estímulo que se les ha enseñado y no a un comportamiento innato. Por eso acostumbramos a montarlos una y otra vez para reforzarles su respuesta apropiada a los estímulos después de ser montados por desconocidos quienes, al margen de su autoapreciación como jinetes, les pudieran haber introducido reacciones negativas.
La comparación con una máquina es una abstracción exagerada para enfatizar que hay “aceleradores”, “frenos” y controles de dirección, punto. Pero hay que agregar un parámetro muy importante: a consecuencias de lo que ya ha vivido y por su genio intrínseco, cada equino es un individuo diferente. No consigo cabalgar relajado hasta que no llego a conocer bien al animal, lo que puede requerir muchas horas de cabalgata en diferentes escenarios. Como Ud. no tendrá tiempo para conocer bien a los nuestros, aténgase a lo estándar, respete las instrucciones del líder y manténgase serenamente alerta. Si tiene dudas o está nervioso, pida ayuda.
Nunca nadie conseguirá sin cierto esfuerzo mantener a una tropa siempre benigna si extraños montan a los animales. O se les aniquila su individualidad transformándolos en las pobres bestias depresivas de los balnearios, o se les reentrena una y otra vez para que recuperen su individualidad y sean capaces de comportarse como se debe acorde a las capacidades del jinete y las características del terreno. Lo anterior implica una gestión permanente, pues cada caballo tiene sus propios controles de navegación que dependen del adiestramiento. Si los adiestró un individuo machista, ignorante y abusivo, se le deberá reentrenar desde lo más básico. Para nosotros esto es fundamental ya que, con o sin turistas, necesitamos que se comporten disciplinadamente en la sierra, donde cabalgar no es sólo subirse a un caballo y cualquier caballo no es bueno para la sierra.
No tengo nada contra con huasos de verdad y admiro la destreza de muchos, pero en general se tiende a decir “
monto como huaso” cuando no se tiene más preparación que algunas cabalgatas sin disciplina ni conocimientos teóricos, lo que preferimos denominar como “equitación intuitiva”, por muy eficiente que a veces sea. Los huasos de verdad montan con una técnica depurada y deberían ofenderse cuando se la homologa a lo intuitivo. Si bien a menudo expreso críticas a la montura y aparejos chilenos, no puedo dejar de admirar cómo los “huasos” de verdad pueden conseguir con ellos gestiones impresionantes, como esta
cueca bailada a caballo que figura en youtube (requiere conección a Internet). Pero esa impresionante gestión está muy, muy lejos del jinete común, por avezado que sea.
No basta subirse a cualquier caballo y conseguir una buena respuesta: hay que conocerle sus mañas, más comunes que sus virtudes si no lo ha entrenado Ud. mismo o si terceros lo “mataron” (lo hicieron insoportable) o le confundieron la respuesta a los estímulos. No monte un caballo que nadie conoce, a menos que sea un jinete experimentado y conozca la etología (“psicología”) de estos animales. Puede salirse con la suya la mayor parte de las veces, pero si no piensa como caballo tarde o temprano tendrá un accidente. La nota final es que los caballos no “piensan” sino que reaccionan a instintos de supervivencia y a respuestas aprendidas del entrenador. Si éste ignora su etología, resulta un caballo “malo”.
Cuando monto a mi yegua regalona, utilizo con gran confianza las órdenes y estímulos que yo le enseñé a obedecer. Pero tenemos otros caballos y mulas, cada uno con su genio y mañas y no “los manejo” de la misma manera a todos, sino que, conociéndolos, hago lo que sea más conveniente para tener una relación armónica con ese animal en particular. Por eso la equitación es un arte: debe establecerse un “feeling” entre el caballo y el jinete y ésto no se consigue con recetas de cocina sino que comprendiendo al animal y teniendo la versatilidad de adaptarse a él sin dejar de mandar. Si no conozco al caballo, seré muy prudente y dedicaré un buen tiempo explorando sus respuestas y tratando de comprender su propia etología, pero para eso necesito conocimientos al respecto y experiencia para conseguir ser un jinete medianamente versátil. No siendo un “jovencito de película”, no todos los caballos hacen de buenas a primeras lo que quiero que hagan, ni aunque quiera obligarlos. La palabra clave es INTERACCIÓN.
No hay caballos “malos”, sino caballos mal entrenados y/o mal montados. Su guía o el dueño del animal le podrá aportar datos respecto a la conducta que se le ha enseñado al caballo que monta, pero nunca olvide que responden a lo aprendido y el profesor pudo haber sido deficiente. Por cierto, hay caballos fomes y decepcionantes a los cuales se les han destruido casi todos sus reflejos y son (casi siempre) tan predecibles como una bicicleta. Pero aun así, el instinto de huida es indestructible y cualquier caballo puede tener conductas desastrosas si se dan las circunstancias.
Los aviones tienen un manual de procedimientos para que el piloto no los haga caer. Los caballos NO LO TIENEN, no nacen sabiendo que algún día serán montados y su resistencia inicial “no se rompe” a lo macho. No porque Pedro o Diego haya vencido en un par de días los corcoveos u otros alegatos de un caballo no domado, éste queda “listo para montarse”. Aunque la doma a la fuerza se considera hoy evitable, aún falta adiestrarlo por meses con dulce firmeza para que sea confiable. No sea osado, obedezca a su guía o instructor o, si el animal es suyo, reentrénelo desde lo más básico.
Los estímulos suyos, si el caballo ya ha aprendido que puede confiar en Ud., deben ser lo más suaves que las circunstancias lo permitan, o bien, en caso contrario, deben causarle mayor aversión (pero no dolor) que lo que no conoce o lo asusta y provoca un instinto de huida. ¿Cuáles son entonces las señales que Ud. debe aportar a su caballo?: ellos responden principalmente a la incomodidad que provoca la tensión de las riendas y la presión de piernas y tacones. En cuanto consiga una respuesta adecuada del animal, aunque sea un solo paso, interrumpa de inmediato el estímulo pues el cese de la incomodidad que siente el animal tiene más efecto docente que un premio positivo (caricias). Si es necesario, repita el mismo estímulo (por ejemplo, si no avanza con la presión de las piernas, agregue dos besos sonoros y después, sin ceder la presión de las piernas, cortos toquecitos con la fusta y, por último, taconéelo suavemente o, mejor, presione su vientre con los tacones), pero agregue cada estímulo en forma paulatina, sin alterar su orden. Nunca se salte ese orden ni cambie el estímulo, como empezar azotándolo con la rienda, la penca o la fusta, por ejemplo. Los castigos sólo lo confunden y si cambia el estímulo en vez de intensificarlo, lo desorienta. En situaciones críticas lo que necesitamos es que el animal sepa responder precisa e inmediatamente ante un estímulo específico. Es como usar los interruptores de un avión: cada uno de ellos (cada estímulo específico) sirve para algo, pero para nada más y se deben emplear sólo cuando corresponde. Apretar botones a la desesperada cuando el avión entra en un spin no hace más que empeorar las cosas e impedir la ejecución de la ordenada secuencia de maniobras que permitirán que se recupere la sustentación antes de estrellarse.
Me llega a doler cada vez que veo a un jinete hacer partir a su caballo con fuertes taconeos y nunca los necesito, aun cuando el caballo esté enseñado así. En general, tras muy pocos intentos, el animal pronto aprende a que debe obedecer a la secuencia progresiva: presión de piernas, dos besos, un suave taconeo y hasta los toquecitos con la fusta.
Bien claro: cada vez que consiga una respuesta adecuada, interrumpa de inmediato el estímulo, para “premiarlo”, y repítalo si deja de responder o si desea una respuesta de mayor intensidad. Lo que quiero decir es que durante toda la cabalgata el jinete no deja de trabajar. Debe mantener el aire (paso, trote o galope) a la velocidad que él desea, no la que quiere el caballo. Para un paso vivo, por ejemplo, se llega a él con la iteración de los estímulos y no con un pencazo o fuerte taloneo. A la primera secuencia, el animal avanzará y para acelerarlo se repiten los estímulos que sean necesarios, una y otra vez. Cuando se consigue el ritmo deseado, los estímulos se aplican de vez en cuando si parece que el animal intenta desacelerarse, a la vez que con las riendas se le impide que se acelere más allá de lo deseado. Y así interminablemente y termina siendo automático. Lo mismo para el trote y el galope: velocidad pareja y la que desea el jinete.
Castigos Dolorosos. Hay que resaltar que los caballos son animales que están siempre atentos al peligro y para ellos éste suele ser lo desconocido o lo que ya le ha provocado dolores. Pero casi todo es corregible con paciencia si se les monta siempre con la misma técnica y por eso es que uno ama a sus propios caballos, pues son un reflejo de lo que uno es. Lo habitual es que los caballos le teman a la fusta, por poner un ejemplo, y para evitarlo, a algunos de los nuestros los hemos acostumbrado a ésta frotándosela con cariño por todo el cuerpo. Pero nunca, nunca la usamos como castigo; bueno, casi nunca...
Debo confesar un pecado: después de un año de haber haber montado regularmente y por unas 100 horas a una yegua bien entrenada pero que teme a la fusta, nunca me había corcoveado. Un día la noté perezosa y rezongona. Se quedaba atrás en el trote y se rehusaba a acelerar el galope. Ya me tenía cansado de su pereza y lo que nunca le había hecho, le dí un golpe algo fuerte con la fusta para acelerar el galope durante un ejercicio. Resultado: me respondió con un suave corcoveo, no conseguí nada y siguió agrediéndome a su manera cuando salimos a pasear a la playa. Como dama que es, tal vez ese no era su mejor día, pero mi intento por cambiarle su humor fue desatinado pues la obligué a adoptar una actitud negativa y no hay manera de pedirle disculpas a un caballo, porque si lo acaricia para tranquilizarlo sólo le estará premiando su rebeldía. A modo de disculpa, era primera vez que volvía a montarla después de cuatro días de cabalgata serrana con mi yegua campesina que me responde con entusiasmo al menor estímulo. Me reté a mi mismo con mis propias palabras: no todos los caballos son iguales y no los castigue con dolor, ¡estimúlelos! Ante una situación de este tipo, cuando uno ya ha cometido la torpeza de agredirlo, si la reacción del animal es peligrosa no cabe más que “castigarlo” otra vez haciéndolo hacer un esfuerzo adicional, como una serie de giros cortos para uno y otro lado para que entienda que no debe agredir a su jinete, pero si Ud. sigue abusando de él con estímulos dolorosos lo “matará” (lo hará mañoso). En definitiva, no deje que el caballo se comporte mal y “castíguelo” de la manera descrita porque siempre debe ser Ud. quien manda, pero mejor evite los enfrentamientos no necesarios. En vez de “castíguelo” sería más apropiado decir “hágale sufrir de inmediato las consecuencias de su mala conducta con esfuerzos adicionales”.
Lo anterior no implica que Ud. debe tener una actitud sumisa, pero lo mejor es evitar los conflictos desatinados. Por otra parte, tampoco puede dejarse dominar por el caballo y en ciertas ocasiones debe establecer un conflicto de magnitud razonable para corregirle conductas inapropiadas. Si se asusta por algún objeto en el camino, por ejemplo, no tema enfrentarlo a éste con estímulos categóricos pero no dolorosos: oblíguelo a acercarse a lo que teme para que no se salga con la suya y para que entienda que el jinete está al mando. Lo de “oblíguelo” se refiere a “urgirlo” por las buenas (ayudas corporales y vocales), pero no a castigarlo físicamente con bofetones, espuelazos o pencazos.
Una vez, en la sierra (Codpa), debíamos bajar por un escalerado de piedra de unos 10 peldaños, que llevaban a una especie de ancho pasillo cubierto por un toldo que ondulaba por el viento. La yegua de mi amigo bajó sin hacerse problemas, pero mi desconfiada regalona se resistía y trataba de devolverse. Con las riendas manejadas enfática pero no agresivamente (una en cada mano, obviamente), la mantuve mirando hacia donde debíamos ir. Con enfáticos estímulos con mis pantorrillas y moderados estímulos con los espuelines le indicaba iterativamente mi intención de que avanzara, junto con los enérgicos “¡Eah! ¡Eah! ¡!Eahs! que ella conoce bien. Tras varios días de cabalgata, ella ya sabía muy bien quién tomaba las decisiones y no tardó en decidirse a bajar. Simplemente, su natural instinto de conservación le dijo: “si el jefe que es tan bueno conmigo pero intransigente insiste tanto, entonces no puede ser tan peligroso”. Y las próximas veces bajó tranquilamente.Y su memoria es tan fabulosa, que al año siguiente bajó por el mismo lugar sin ningún titubeo. Si la primera vez la hubiera tratado a pencazos y espuelazos, habría pensado algo así como “no sólo es peligroso, sino que me provoca dolor y hace que mi jefe me maltrate; maldito lugar, no quiero verlo nunca más”. Un jinete instintivo que presenció el evento comentó algo así como “curiosa y eficiente manera de hacer que un caballo te obedezca por las buenas”.
Lo mismo si se niega a cruzar un curso de agua: insista, insista e insista sin castigos dolorosos, pero esté dispuesto a “ordenarle” cambiar el rumbo si percibe que no conseguirá por las buenas lo que Ud. quiere. Así aprenderá que Ud. define su trayecto y no se dará cuenta que él ganó la contienda. Ahora bien, si no sabe cómo hacerlo, mejor se hace el leso para resguardar su seguridad y posterga la tarea para que después el dueño o el entrenador corrija el problema. La verdad es que muy a menudo el caballo simplemente se negará categóricamente a enfrentar lo que lo asusta mucho y el jinete puede sentirse tentado a castigarlo con brutalidad. Si es parte de una tropa, es probable que el animal acepte avanzar si sigue a otro caballo, o si el líder lo guía a pie.
Pero, tarde o temprano el entrenador deberá enseñarle que no tiene porqué asustarse si el jinete le pide que avance un cierto obstáculo. Los brutos lo harán a la fuerza; nosotros preferimos la paciencia. Acercamos al animal al obstáculo hasta que el caballo empiece a mostrar pánico y entonces lo alejamos, pero con “consecuencias” para que no se premie a sí mismo. Otro intento y tal vez se acerque un poco más y así una y otra vez. Si quiere detenerse frente al obstáculo, que lo haga por un rato, pues con su pobre capacidad de análisis está averiguando si no se lo van a comer. Tal vez olfatee el objeto: ¡Ok! pero luego hágalo trabajar con un par de giros y vuelva a intentarlo. Poco a poco comprenderá que no hay peligro, pero si a su miedo Ud. le agrega dolores, los asociará a su proximidad con el obstáculo. No le quepa duda de que si el entrenador tiene paciencia, tarde o temprano vencerá la resistencia del animal.
Pero, ¡no se enoje con su caballo! Si las cosas no andan bien y Ud. se irrita, tenga la seguridad de que el animal ya se enojó antes que Ud. Síganse enojando mutuamente y la relación empeorará más y más. Tal vez el caballo se aburrió o se confundió. Haga entonces algo para entretenerlo: “ordénele” un trabajo más fácil, prémielo si lo hace y luego tal vez lo deja deambular a su gusto con las riendas sueltas (pero listo a controlarlas). Si quiere trotar, permítaselo, pero si puede hágalo subir una duna, o sáquelo del camino de siempre, ascienda un poco por la ladera, llévelo fuera de la berma del camino por donde no hay senderos, etc. Sáquelo de la rutina y trate de hacer que para él sea entretenido cabalgar y a ambos se les pasará el enojo y podrán volver a interactuar en armonía. Créame, pues lo he vivido.
Por lo demás, los caballos tienen la afortunada costumbre de ser curiosos, por mucho que lo desconocido los asuste. Supongamos que de pronto decide instalarle a un caballo de campo un paño sobre el lomo para protegerlo de una ola de frío nocturno. Le aseguro que se aterrorizará en cuanto lo sienta, pues no sabe que no es un puma que se subió a su lomo para comérselo. Si lo acepta, bien, pero si nó no insista, simplemente deje que el caballo investigue: tire el cobertor al medio del corral y descanse. El caballo se empezará a acercar con cautela, tarde o temprano olfateará al cobertor y terminará por ignorarlo. Entonces, cámbiele la forma al bulto y deje que se repita la secuencia. Siga así, tal vez colocando golosinas sobre el cobertor y luego acercándose con dulces palabras al animal cuando está cerca de éste, hágale cariño (frótelo) con el cobertor emitiendo dulces palabras, tómese una cucharada de paciencia cada vez que el animal se asuste y finalmente conseguirá su propósito, sin que el caballo crea que cada vez que Ud. se acerca con algo desconocido le conviene huir. Así se consigue un caballo manso...
No insistiré en el tema más que para establecer que el entrenamiento de un caballo no tiene la espectacularidad de las películas. Más bien, es súper fome como espectáculo...
Ejemplo: un caballo se ponía nervioso cuando apenas lo alcanzaba el agua del mar. Sin forzarlo ni premiarlo, en pocas sesiones ya galopaba sobre el agua, aceptando el ir y venir de las olas. Tras unas 10 sesiones, ya marchaba tranquilo con el agua yendo y viniendo a unos 30-50cm de profundidad y finalmente, una ola pequeña nos sorprendió, reventó sobre su pecho y nos empapó, pero el caballo no se inmutó. En contraste, mi regalona Sumalla se aterraba cuando el borde de espuma de las olas se le acercaba como si fuera un amenazante monstruo reptante, pero no tenía problemas con los ríos. De a poco fuimos progresando y no tardamos en cabalgar en la playa con el agua mojando mis botas. Apendió una vez más que jamás la obligaré a una gestión que la dañe (aprendió a confiar más en mí). Pero Roma no se hizo en un día...
Comprenderá que la penca de los huasos no se cuenta entre mis aperos. La fusta, o una ramita, la usamos muy ocasionalmente como señal de que queremos una reacción, pero nunca como un estímulo doloroso que le genere una reacción de huida o rechazo al jinete.
Por mucho que los animales de campo estén acostumbrados a partir con un taconeo, no me gustan como señal de partida por dos razones: una es que la respuesta puede ser negativa en caballos sensibles y pueden patear o corcovear, pues es ciertamente un castigo corporal. La otra, es que prefiero reservar a ese estímulo, aplicado con la mínima intensidad posible, para provocar conductas diferentes como ceder las patas traseras, arquear el dorso, estimular el avance de los hombros exteriores (contrarios al sentido del giro) o trasladar el trayecto en línea recta hacia el lado opuesto. Esto puede parecer complicado para el novato y tal vez le indiquemos que taconee a su animal porque no todos ellos son un ejemplo de buena educación pero, en esencia, mientras más simple y específico sea el estímulo, mejor reaccionará un caballo bien entrenado a un jinete que lo comprende. Y, entonces, ¿cómo le indico a mi regalona que debe avanzar?: simplemente apretando mis pantorrillas. La he entrenado para que reconozca este estímulo como una orden a avanzar o acelerarse.
Otra manera de acelerarlo al paso es usando sus asentaderas: Ud. lo conoce bien, lo acaba de montar, lo pasea un rato al paso antes de ordenarle que trote, pero el caballo marcha con el mínimo de esfuerzo posible. Eso no es bueno, pues está haciendo lo que él quiere y se cree capaz de imponer su preferencia. Pero al paso, el caballo debe marchar con entusiasmo porque no sólo se ve mejor sino porque la gestión es más eficiente y porque obedece a lo que Ud quiere. Un apretón de las pantorrillas puede servir, pero puede hacerlo trotar y Ud. sólo quiere que apure el paso. Para eso, aunque ningún principiante lo conseguirá, a cada paso empújelo con su pelvis hacia adelante: el animal sentirá en su dorso el apremio y por lo menos en una silla plana, sin todos esos acolchados de la changalla chilena que disminuyen el efecto del contacto de la pelvis del jinete con el dorso del caballo, reaccionará como Ud. quiere. Y si quiere mantener el paso vivo, siga trabajando con su pelvis pues no es sólo el caballo el que debe trabajar. Casi siempre resulta y cuando quiera lanzarlo al trote, le emite un par de besos y luego lo aprieta con las pantorrillas; si no responde le repite los besos y lo presiona con los talones o espuelines y si aun no responde le repite los besos y lo estimuula suavemente con la fusta o “mecate” (descrito más abajo). Anteceder cada orden con un par de besos sonoros es muy útil, pues a la larga el caballo aprende que tras éstos vendrá una orden más enfática y se prepara para ella y hasta puede reaccionar como Ud. quiere antes de aplicársela. Todo esto no sirve para todos los caballos, pero si Ud. tiene uno propio, no puede dejar de ser su entrenador y debe enseñárselo. Montar, lo puede hacer cualquiera; cabalgar con un caballo desconocido requiere dominar trucos y órdenes más enfáticas, pero practicar equitación con su propio caballo es otra cosa y ambos han de prepararse para que sea hermosamente armónico.
Si es un jinete que puede soportar una parada de manos o un corcoveo u otro mal comportamiento y aunque se encuentre en apuros, NUNCA le permita al caballo salirse con la suya: en cuanto controle la rebelión, “castigue” al animal con esfuerzos adicionales como una serie de giros cortos si es necesario, y luego repita con mayor intensidad los estímulos básicos para consegir la maniobra pero nunca, NUNCA lo castigue físicamente pues eso sólo consigue confundirlo más. Si no tiene experiencia, el líder de la tropa lo ayudará a salir del problema, pero tendrá más dificultades si Ud. ya ha agredido al animal.
Pero hay veces que requieren tener un fuerte enfrentamiento con el animal, como por ejemplo, cuando se rebela contra un jinete con poca capacidad de mando y amenzaza con hacer algo para botarlo. Si la situaciòn parece peligrosa el jinete debe desmontar y ojalá disponga del “falso mecate” que se describe más abajo para que, ya en tierra, lo mantenga bajo cierta tensión con el objeto de que no se sienta totalmente liberado. Pero que se liberó de la monta, pues se liberó y eso hay que corregirlo de inmediato para que no crea que amenazando o haciendo maldades se libera del jinete: hay que volverlo a montar de inmediato y eso debe hacerlo el instructor u otro jinete capacitado para lo que vendrá. Y ofrezco un ejemplo muy claro:
El Jisk’a de mi nieto es muy pillo y cuando está de mal genio sabe muy bien con quién puede abusar. Tras un par de armónicas horas de instrucción en terreno con una buena alumna, le sacamos los estribos para que priorizara su gestión con el cuerpo y las rodillas y pronto el caballo se puso porfiado y muy agresivo. Le estaba faltando el respeto y fue necesario que ella desmontara, a la vez que era indispensable demostrarle al caballo que no se libera del jinete botándolo u obligándolo a renunciar y hacerlo de forma tal que no lo olvide. De inmediato, sin perder tiempo poniendo los estribos, lo monté yo y lo hostigué para que intentara corcovear, pararse de manos, dar botes y lo que fuera y tener oportunidad de abortárselos con energía, hasta que se convenciera de que no es capaz de librarse del jinete y así el Jisk’a termió renunciando a sus afanes.
Termino con un concepto fundamental: el caballo debe CONFIAR en su jinete y cuidadores, no TEMERLOS. Por eso no le presto mi yegua a cualquiera. La Sumalla, quien tuvo una “adolescencia” traumática que jamás olvidará y en consecuencia siempre será asustadiza y desconfiada, sabe que no la atacaré jamás, que mi proximidad le aporta palabras suaves, cariños y órdenes razonables a las que responde sabiendo que no hay peligro de accidentes o castigos corporales, porque ya aprendió a confiar en mí. Pero si un tontorrón la monta y le pega porque se asusta o porque no hace lo que el jinete o el mozo de cuadra quiere, o si la fuerza demasiado y se cae, se golpea o tiene algún otro accidente, la pobre capacidad de análisis del caballo le hará perder de inmediato la confianza en los humanos y la próxima vez que me acerque se preparará para un mal trato. Una sola bofetada o golpe abusivo me hará perder muuuuchas horas tratando de recuperar su confianza. Si esto se repite una y otra vez, tal vez la yegua deje de ser para siempre el animal adorable con quien nos entendemos tan bien.
Pues sucedió que, después de harto trabajar con la Sumalla y creer que mantendría para siempre una buena conducta, pasó un tiempo pastando en el campo y a cargo de un peón. Ni la ví ni la montaron durante un mes y cuando por fin volvimos a tomar contacto estaba insoportable: me huía, no me dejaba tocarla y cuando la monté insistía en corcovear, seguir el curso que ella quería y se paró de manos. Hasta pateó feamente al herrador. Preocupado por lo que le pudieran estar haciendo, armé un amplio corral en mi casa y la llevé a vivir conmigo. Todas las mañanas la acariciaba, le hablaba con dulzura y luego la cepillaba. Al mediodía le reforzaba lo que antes había aprendido y en la noche me sentaba a su lado con un trago, le contaba cosas de mi vida con voz suave y cada vez que me acercaba le llevaba un puñado de la grama dulce que tanto le gusta. Sólo cinco días después, al verme se me acercaba y mientras la acariciaba apoyaba su cabeza sobre mi pecho. Cuando volví a montarla, era un encanto. Dícese que “al pie del dueño engorda el caballo”, pero yo aprendí que la compañía y la permanente atención del dueño marcan la diferencia entre un animal “malo” y uno tierno y confiado. Tal vez, si Ud. posee un caballo no dispone del tiempo que yo tengo y tiene que depender de otros para que lo mantengan, pero preocúpese de explicarles claramente que los equinos responden al cariño y al buen trato y no deje de revisar periódicamente que sus instrucciones se cumplan.
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En cuanto me ve, la Sumalla se me acerca porque sabe que algo bueno le espera. La mayor parte de las veces será alimento, un embeleco y/o cariños. Si uno sólo se acerca siempre al caballo para atraparlo y ensillarlo, éste sólo anticipará la incomodidad de la silla y el esfuerzo de la monta y se hace arisco. La acompaña el Chinchorro porque un caballo confinado necesita la compañía de otro animal para no aburrirse, aunque sea de otra especie. Un caballo no es un automóvil, tiene sentimientos...
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“Bonding” es término inglés que expresa la deseable relación entre el caballo y su dueño (”el jefe”), con quien deben sentirse seguros en vez de temerlo. Los caballos que viven conmigo en mi parcela pasan la mayor parte del tiempo encerrados en un amplio y cómodo corral con áreas asoleadas y otras con sombra y con suficiente espacio para jugar entre ellos. Pero tienen dos “jefes”; el menos apreciado pero más respetado soy yo, quien los ensilla, ayuda a herrarlos y corrige sus comportamientos inadecuados. El “jefe” que más aprecian es mi hija Paula, quien los trata con más cariño, les habla continuamente, les aporta golosinas y los trata como bebés, a la vez que ha aprendido a hacerce respetar por ellos. La diferencia la captan muy bien. En cuanto ella aparece, se le acercan con más entusiasmo que cuando me aparezco yo, pero sin invadir su espacio (como frotar su cabeza contra su cuerpo, lo que es una falta de respeto). Tuve que insistir en eso porque ella es tan querendona que se los habría permitido.
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Mi hija mayor, Paula, adora a los caballos y ellos la corresponden. Dos meses antes éstos eran ariscos, pero ya viviendo en mi parcela, en cuanto ella o yo nos aproximamos se nos acercan como perritos mimados, aun cuando están libres, fuera del corral. ¿La receta?: cariño, hablarles como si fueran bebés y de vez en cuando aportarles golosinas y muuuuuchos cariños. Se acabó el problema de “capturarlos” para ensillarlos o limpiarlos...
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El Jik’a creyéndose perrito. En los aperitivos previos a un asado y estando libres fuera del corral, el caballo descansa muy tranquilo, a poca distancia de Paula pues quiere estar con ella.
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¡Linda relación! pero... Siempre hay un pero: aunque la monte ella, si el caballo cree que su vida peligra o si él cree que ella lo trata mal o se siente solo porque no percibe la cercanía de su compañera Sumalla con quien se ha amadrinado, se olvidará de cuánto quiere a Paula y hará lo que sus instintos le dictan. NO existe ningún caballo no peligroso para ningún jinete si el animal percibe cualquier adversidad, pero sí he conocido a muchos jinetes que reconocen los síntomas de un mal comportamiento y saben cómo abortarlos a tiempo o lidiar con el problema cuando ya se estableció. Nadie debiera “andar a caballo”: quien monte debe “cabalgar” (o sea, ser un JINETE) o por lo menos hacerse acompañar por un experto. Estadísticamente es más probable sufrir lesiones de cierta gravedad “andando a caballo” que manejando una motocicleta. Pero no se asuste: simplemente no se crea invencible y acepte las instrucciones de quien lo asesora y disfrutará de la cabalgata. Por lo demás, es muchísimo más entretenido que andar en motocicletas.
Me he involucrado con muchos deportes pero de vuelta a mi casa, cansado, adolorido y tal vez aporreado, sólo dos me dejan en un estado de fascinación perdurable: el paracaídismo de antaño y la más simple o exigiente cabalgata de ahora. Riesgosos o nó, ambos han enriquecido enormemente a mi vida. Para terminar, cabalgar no es una aventura limitada a los “machotes”: todos pueden hacerlo, sólo que tienen que saber que interactúan con un animal que tiene su genio, comprenderlos y obedecer sin chistar a quien lidera la cabalgata.
Amarrar a un Caballo: Amarrar a un caballo dócil no es problema, pero si se trata de un corto descanso y el animal sigue portando las riendas, hay que cuidar que éstas no caigan al suelo para que no las pise o se enrede de en ellas y a la vez conserve la posibilidad de bajar la cabeza para comer lo que encuentre. Una fácil alternativa es fijarlas a un estribo:
Nunca amarre a un caballo directamente al cuello pues si se asusta o se rebela le resulta muy fácil levantar la cabeza y retroceder con extrema violencia y aunque el nudo no sea corredizo, se dañará la piel del cuello. Nuestro procedimiento de rutina consiste en pasar el cordel por la argolla inferior de la jáquima antes de llevarlo al cuello:
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Ate la cuerda lo más bajo posible al punto de amarre para evitar que se enrede con ésta y no se limite a amarrar el otro extremo al cuello: use una jáquima y pase la cuerda por la argolla que está debajo de la cabeza antes de hacerla firme al cuello con un nudo no deslizante (as de guía). De esta manera, si el caballo tira con fuerza de la amarra, la jáquima ejercerá una acción moderadora y protegerá al cuello. Ya se nos ahorcó un lindo caballo por prescindir de la jáquima.
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Pero hay caballos que acostumbran a librarse del amarre retrocediendo una y otra vez con una fuerza impresionante que corta cuerdas, derriba postes o que puede dañar al animal si no lo consigue. Otra vez, basta un poco de sentido común: amarrado desde la jáquima, el violento intento por liberarse sólo afecta a ésta y el animal no sufre y por lo mismo tiende a repetir el intento. Si la cuerda está amarrada al cuello como en la foto anterior y el caballo es muy enfático en sus esfuerzos, termina dañándose la piel del cuello. Solución: que la cuerda pase por la jáquima pues el caballo ha aprendido que ésta lo contiene, pero que además le impida levantar el hocico y que le provoque una incomodidad que no comprende ni espera y que lo incita a avanzar en vez de retroceder. Para eso, se pasa la cuerda por la jáquima, luego entre las extremidades anteriores y termina amarrada bien atrás del viente. Cuanto aplica su inmensa fuerza para liberarse con violencia, además del efecto sobre la jáquima recibe un fuerte apretón en la parte posterior de su cuerpo, lo que para él significa una orden para avanzar. El efecto de ambos estímulos produce resultados casi mágicos: cada intento por liberarse se aborta y el caballo termina por comprender que el lugar más cómodo para él está cerca del punto de amarre. Esta técnica sirve también para herrar, embridar o enseñar conductas a los caballos que tienen esa mala costumbre y aun más, su uso repetido termina por corregirla:
Sin embargo, hay circunstancias en las cuales es mejor impedir que el animal se mueva en vez de amarrarlo, como cuando se le hierra o se le cepilla. Si el animal es tranquilo y obediente, puede bastar un bucle de la cuerda aplicado más arriba de los ollares (orificios nasales):
Pero hay situaciones que requieren un control más drástico. Para el turista, los párrafos siguientes no tienen más interes que el reforzamiento del concepto de trato enérgico pero cariñoso que siempre se debe respetar. Para los más expertos, les propongo un truco:
Mi Sumalla tuvo una intensa y rebelde conjuntivitis y tuvimos de destaparle los conductos lagrimales. Esto se hace introduciendo un delgado catéter por el orificio distal del conducto, ubicado en el interior de las fosas nasales, e inyectando suero a presión para que el material obstructivo salga al exterior a través de los puntos lagrimales ubicados en la parte interior de los párpados inferiores. A veces hay que aplicar bastante presión con la jeringa hasta conseguir que salga una pasta asquerosa. Obviamente, ésto requiere una drástica inmovilización, la que se consigue con un “puro”. Éste es una asa de cuerda que atrapa agresivamente al labio superior apretándolo a la manera de un torniquete y que termina en un palo desde el cual el ayudante se esfuerza por mantener la cabeza casi inmóvil. Cruel, pero necesario, pero además deja al animal con indeseables recuerdos del martirio que debió soportar y no sabe que era necesario por su bien. O sea, él cree que lo hemos agredido y pierde parte de la confianza que tenía hacia el dueño o entrenador. Precisamente, después de eso la yegua no me permitía acercar mi mano a su cara, pero era indispensable que varias veces al día le limpiara las costras de la piel provocadas por el permanente lagrimeo purulento y le aplicara unguento antibiótico a su globo ocular. Se resistía levantando la cabeza, girándola hacia el lado opuesto o intentando morderme. El bucle no era suficiente...
Un bruto habría recurrido iterativamente al torniquete del labio, pero siempre hay trucos ingeniosos. Mi primera prioridad era mejorarla y la segunda no acentuar sus conflictos conmigo. Entonces recurrí a un ingenioso aparejo descrito por Jesse Beery, un prestigiado domador norteamericano de principios del siglo pasado, lo que él llama “cabezada de doma con polea”. Con un simple bocado y cuerdas apropiadas, lo armé en minutos y resolvió mi problema.
Esta cabezada, mediante un mecanismo de polea, permite que desde la argolla del bocado salga un chicote que sirve para controlar al caballo. La acción de la polea, fácilmente comprensible si analiza la foto que sigue, hace que al tensarse el chicote se ejerza simultáneamente una señal de detención sobre las comisuras labiales y una presión de similar intensidad sobre la nuca, la que dicen que es bastante disuasiva sin ser dolorosa. En otras palabras, el caballo siente como si le estuvieran forzando a juntar la boca con la nuca cuando trata de resistirse. La cuerda la maneja un ayudante (mi hija) con tracción continua o intermitente según el comportamiento del animal y éste no puede resistirse. ¡Vaya si funciona! y sin dolor ni resquemores de parte del animal. Tras no más de 5 sesiones, un simple bucle ya me permitía limpiarla e introducirle el ungüento con un dedo contactando su globo ocular y ella se quedaba tranquila como sabiendo que le estaban aportando un servicio por su propio bien. Por cierto, cada sesión se acompañaba de caricias, palabras tiernas y terminaba con el aporte de golosinas. Y seguimos siendo grandes amigos...
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“Cabezada de doma con polea”.
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Siempre se ha de premiar al caballo por un buen comportamiento. Paula le ofrece sus apetecidos pellets..
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Pero todo puede pasar: nunca deje de portar una buena cortapluma para cortar lo que sea cuando deba hacerlo. Con ella le he salvado la vida o evitado lesiones a más de un caballo. Hay un excelente modelo “Swiss Army” que tiene, entre muchas herramientas, un gancho “ranillero” para limpiar la concavidad de las pezuñas y aun desprender a un guijarro atascado en la ranilla, lo que no es infrecuente en la cordillera, inutiliza al caballo y cuesta mucho extraerlo sin la herramienta apropiada.
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Limpiando la ranilla con el “ranillero” de la cortaplumas.
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Mecate. La verdadera rienda mecate o macate es una cuerda de crin que se instala en la jáquima (o en los aros de la embocadura) de manera que forme una rienda continua que se prolonga desde un lado dejando un trozo largo de cordel que sirve como chicote mientras se monta o para llevar al caballo a tiro o amarrarlo. Siendo de crin, ejerce un efecto más intenso cuando se aplica al cuello del caballo. No la uso porque prefiero riendas más delgadas y planas en mis manos, pero el trozo largo de cordel redundante me parece muy útil. Entonces, copié sólo esa parte de la verdadera mecate como se describirá y para simplificar la terminología, la llamo “mecate”. Esta sirve para amarrar a un caballo durante un descanso, sujetarlo en caso de que deba desmontar de emergencia y como una penca benigna para estimularlo. Me asombra que este truco sea casi desconocido en nuestras latitudes. En Argentina se usa una cuerda muy corta, que el jinete porta en su mano con las dos riendas principales y que sólo sirve para amarrar al animal, punto.
Pero la “mecate” que yo jamás dejo de usar cuando cabalgo en el campo tiene 3,5-4m de longitud, su extremo anterior se fija a la jáquima o a una argolla del bocado y la parte del medio se pasa bajo el cinturón del jinete en forma de una asa que cuelga del borde superior de éste, para que pueda desprenderse con facilidad y evitar que me arrastre si me caigo, a la vez dejando un chicote (extremo libre) que cae hasta las “rodillas” del caballo. Si debo desmontar para lo que sea, la “mecate” sigue unida a mi cuerpo, pero lista para desprenderse si el caballo se espanta y no alcanzo a controlarlo. ¿Se le cayó el sombrero a la dama?: desmonto y la mecate sigue cerca de mí, y puedo desplazarme sin la limitación del largo de las riendas. ¿Qué el caballo de la dama parte para donde quiere y ella no puede controlarlo?: la uso para llevar el caballo a tiro. Cada vez que desmonto, la “mecate” sigue a mi lado, lista para usarse para controlar al caballo y con una longitud apropiada. Además, su extremo libre sirve como chicote para reemplazar a la penca, la cuerda nunca molesta al jinete y sirve para amarrar al caballo durante un descanso.
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Rienda mecate. En su versión original es una sola cuerda que forma un par de riendas y un chicote largo que nace cerca del hocido del caballo. Yo sólo la imito parcialmente adosando a la cabezada una cuerda larga para los fines descritos y a menos que se trate de un corto paseo, jamás prescindo de ella.
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Un día invité a un amigo del centro ecuestre militar a cabalgar con mis caballos por el vecindario de mi parcela de Azapa, si saber que tendría la oportunidad de demostrarle en “tiempo real” la utilidad de la “mecate”, desconocida para él. Con la mecate conduje a mi yegua afuera de la parcela (ella de vez en cuando sigue expresando su malgenio cuando ha pasado cierto tiempo sin ser montada) y cerré el portón. Al intentar montarla, se me resistió con violencia y tuve que abortar la maniobra, pero de inmediato la “mecate” llegó casi espontáneamente a mi mano izquierda y pude controlarla fácilmente. Por cierto, en terreno siempre uso un guante de cuero grueso en la mano izquierda, para impedir que se queme la piel de mis dedos con el roce inusitado y violento de la cuerda que controla a un animal que quiere escapar enfáticamente. Sin la “mecate” la Sumalla habría escapado y quién sabe cuánto habríamos demorado tratando de recuperarla. Gracias a ella no arruinamos la cabalgata...
El estímulo con la fusta o el chicote de la “mecate” puede aplicarse sobre las ancas, pero esto puede provocar una reacción de cierta intensidad que puede desestabilizar a un novato. Algunos caballos responden más suavemente a estímulos sobre los hombros (otros se enojan) y le aconsejo que lo pruebe en primera instancia. Antes de que adoptáramos la “mecate”, para amarrar al caballo durante un descanso corto algunos solían (y los porfiados suelen) agregar a la cabezada una cuerda larga amarrada al cuello del caballo, la que que debe estibarse en alguna parte de la silla mientras se cabalga: incómodo y potencialmente peligroso si la estiba se suelta y la cuerda se arrastra sobre el suelo con el riesgo de que se enrede en las patas del caballo o éste la pise. ¿Para qué tanta complicación? Tengo una sola respuesta:
Creo que en la equitación convencional, huasa, gaucha o arriera se prioriza lo que fue, sin apreciar debidamente lo que puede ser mejor. Por eso no adopto ningún estilo definido cuando cabalgo por la sierra, sino que trato de usar lo que me parece más racional y cómodo. Al diablo con los estilos, lo que importa es que la gestión sea eficiente. La equitación campestre no tiene reglas y su eficiencia depende de una racional implementación del aparejo para transportar la carga, pero, más que todo, del caballo y del jinete. Cientos de horas de experiencia han definido nuestro propio estilo y generado preocupaciones por quienes no se adaptan a lo lógico en un afán de fidelidad a técnicas apropiadas para otras instancias.