El Santuario de la Virgen de Las Peñas
Uno de los eventos anuales importantes para Arica es el peregrinaje masivo a la
Virgen de las Peñas, cuyo santuario está en la parte alta del valle de Azapa. Hay allí un caserío de algunas decenas de chozas de barro que permanecen con candado durante todo el año y sólo se abren para las festividades, las que duran algo menos de una semana en octubre. Ya no vive casi nadie allá arriba, aunque antes,
Humagata al oeste y
Livilcar al este, eran productivos terrenos agrícolas. Hoy sólo unas pocas familias en el vecindario del Santuario plantan cebollas, morrones, ají, maíz, alfalfa y cuidan naranjos y a unos pocos caballares y vacas. Mas allá del santuario, en Livilcar, un habitante solitario aislado del mundo cuida un hermoso predio con caballos, burros, vacas y ovejas.
Para ir al Santuario partiendo desde Arica hay que ascender por el valle de Azapa. A unos 50 Km se llega al final de la ruta vehicular, donde hay que dejar a los vehículos (Paradero). De allí para arriba hay que caminar hasta Humagata y luego al Santuario, completando unas 3-5 horas de viaje para recorrer casi 10km de senderos precarios.
El camino sigue la ribera del río o áridas planicies cuando la anterior se hace intransitable. Sólo los animales como los caballos, las mulas y los humanos pueden seguirlo y ni siquiera una moto trial llegaría al santuario. Las bicicletas todo-camino llegan apenas, debiendo ser cargadas por sus jinetes una buena parte del trayecto. Ni siquiera hay un lugar seguro para que aterrice un helicóptero. Arriba, más allá del acantilado que flanquea el valle, el panorama es terriblemente desolado: colinas y valles arenosos absolutamente áridos. El abandono actual de estas tierras se debe precisamente a que las mulas dejaron de ser un medio de transporte competitivo y a que es imposible hacer un camino para vehículos.
El camino al santuario es algo difícil de seguir. Cuando no se está caminando sobre la arena y torciéndose los pies con los bolones de piedra, se está ascendiendo o descendiendo por estrechos senderos de tierra dura cubierta de filudos pedazos de piedra (
foto). En algunas partes el valle es hermoso, en otras es terrible. Cerca del santuario hay terrazas de tierra blanda cubiertas de pasto o alfalfa y salpicadas de árboles silvestres o naranjos (
foto), donde se puede dormir bajo las estrellas siempre que los gritos de la juventud, a veces demasiado “entusiasta”, se lo permitan y mientras esté protegido por una pirca de piedras para que las decenas de caballos y burros sueltos no le pasen por encima.
Muchas viejitas y viejitos débiles o enfermos se demoran 5 o más horas en llegar al Santuario, hacen una cola de 2-3 horas para arrodillarse frente a la Virgen y se devuelven así no más a Arica, debiendo soportar unas dos horas adicionales para que el transporte público los devuelva a su hogar.
El peregrinaje éste es un increíble fenómeno de Fe, aunque muchos van para disfrutar del paseo y admirar la potencia de las motivaciones basadas en la esperanza y/o la necesidad. Muchos jóvenes acampan en grupos numerosos por algunos días, con buenos o “malos” propósitos. El lugar es Zona Seca (prohibido el alcohol), pero no cuesta nada llevar trago a juzgar por lo que pasa todos los años. La mayor parte de los fieles suben, saludan a la Virgen y bajan, mientras que los turistas moderados subimos después del mediodía y bajamos temprano en la mañana, para no tener el sol de frente. La juventud bulliciosa suele quedarse un par de días.
La leyenda “oficial” del santuario, tal como aparece en un libro escrito por un sacerdote, establece que hubo una vez un arriero que estaba cruzando el río con su recua de mulas para dirigirse a una planicie sombreada por altos eucaliptos, cuando escuchó los gritos desesperados de una muchacha. Era una pastorcilla asediada por un gran reptil y el arriero apresuróse a ir en socorro de la niña, implorando la ayuda de la Virgen María, cuando un esplendor y ruido que parecieron destruir el lugar señaló la aparición de la Virgen, salvando a la pastorcilla.
Los eucaliptos fueron introducidos por los españoles y los que son tan grandes como los del lugar tienen varias décadas de vida. Consecuentemente, considerando que la primera iglesia de la región fue la de Poconchile, construida el año del terremoto de 1605, el santuario de Las Peñas tiene que ser posterior. Información no confirmada por documentos establece que en 1700 el cura de
Codpa recibió órdenes de sus superiores de Arequipa referentes al Santuario. La primera prueba material de la existencia de éste es de 1812, la dedicación de una estampa a “
Nuestra Señora del Rosario de las Peñas, en el Santuario de Umagata”. En 1879, el cura de Codpa se quejaba por escrito que su antecesor había dispuesto a su antojo de la limosna que los fieles entregaron al santuario durante 30 años.
Por lo que se dice puede suponerse que la Virgen se apareció entre Humagata y Livilcar y que un santuario le fue construido en algún momento después de 1650. Esta Virgen en particular, según me contó un peruano, venía del norte (aunque otra versión la hace provenir de Bolivia). Primero se estableció en un pueblo donde no le prestaban suficiente atención. Entonces se fue más al sur, pero un terremoto o algo parecido hizo que la gente no tuviera tiempo para ella así es que se fue más al sur todavía y tal vez fue entonces cuando espantó al reptil asechador de pastorcillas y aqui se quedó.
Si lo que quería era atención del público, ¡vaya si lo consiguió! Desde que en el siglo XVII se establecieron las fiestas en su honor, ha atraído continuamente a miles de visitantes. Habiendo antes habitado tierras que hoy son peruanas, un gran porcentaje de fieles son de esa nacionalidad. Su fiesta se lleva a cabo todos los primeros domingos de octubre y todos los 8 de diciembre y recibe unas 20-50.000 visitas cada año. Las fiestas incluyen a los típicos bailes andinos, ejecutados por grupos organizados. Los bailarines, que invierten mucho tiempo preparándose, ensayando y arreglando sus elaboradas vestimentas, dicen que, teniendo un cuerpo además del alma, sienten la necesidad de expresar una manifestación corporal de su Fe.
Los bailes para saludar a la Virgen se iniciaron a fines del siglo pasado, si lo que dice la “Compañía de Morenos Nº 1 de la Santísima Virgen de las Peñas” de Tacna es verdad, o bien los inició el Sr. Alejandro Beyzán Justo en 1912, trayendo de Oruro a 30 bailarines y músicos. Los bailes eran suaves y en ellos participaban los músicos, pero en los años 40 el saludo a la Virgen se fue influenciando por la Fiesta de La Tirana (al interior de Iquique) y el Festival de Oruro, debiendo los bailarines ejecutar vigorosos saltos de complicada aunque iterativa coreografía, impidiéndoles tocar los instrumentos musicales que originalmente eran zampoñas y otros instrumentos de viento andinos. Entonces, los músicos se hicieron a un lado e incorporaron grandes tambores e instrumentos de viento de bronce. Influidos por la Compañía de Gitanos y similares, la vestimenta se hizo complicada, con turbantes, pantalones estilo Medio Oriente y colores llamativos (
foto), además de los atuendos típicos de las diabladas.
Lo que nunca se menciona es que la Virgen de las Peñas no es chilena y que a principios del siglo XX, cuando los curas militares chilenos asumen parte de la tarea de crear sentimientos de chilenidad en la región en vísperas de un plebiscito que los chilenos iban a perder irremediablemente, se prohibió su celebración bajo el pretexto de que la patrona del Ejército de Chile era la Virgen del Carmen, como si fueran estas versiones de la Virgen candidatos políticos opositores.
Las manifestaciones corporales de la Fe que inspira la Virgen de Las Peñas (bailes) son muy hermosas pero no tienen nada de excepcional en sí, pues se han visto casi en todas partes, antes de o paralelamente con la “civilización” de inspiración europea. Lo que sí puede ser más interesante de lo que parece es la imagen de la Virgen. La cara y las manos parecen nuevas de bien mantenidas que están y hay razones para suponer que las hicieron en el siglo XVII, aunque la Virgen fue colocada en su lugar actual probablemente en 1793. El cuerpo es otra cosa, pues parece hecho de madera (posiblemente de cactus) y cubierto por yeso y se le permite verse antiguo y descolorido, aunque habitualmente está cubierto por vestimentas (
foto). Lo que intriga es que, aunque suele portar a un Niño Jesús con su brazo izquierdo, su abdomen parece el de una mujer con unos pocos meses de embarazo. Tal vez eso se deba a la forma propia de la madera utilizada o quizás encubre a algún curioso detalle referente a las concepciones religiosas poco ortodoxas que a menudo adquirieron los locales, como los españoles que crucifican a Jesucristo en la iglesia de
Parinacota y otras
peculiaridades de sus pinturas murales. Vaya uno a saber, pues tantos fueron los conceptos peculiares que generó la abrupta conversión religiosa de los pueblos andinos (ver
sincretismo religioso).
Lo impresionante es el fenómeno social, religioso y psicológico que sustenta a la formidable gestión de este peregrinaje. Siendo ésta una costumbre que lleva algunos siglos, no parece estar en decadencia, lo que demuestra que la gente que habita en Arica y sus alrededores, aunque acepten hablar, vestirse y comportarse como peruanos, bolivianos o chilenos, siguen siendo, en el fondo de su esencia, 100% andinos, patriotas de la tierra a la cual Arica pertenece por el acondicionamiento geológico del devenir histórico-cultural y que no se siente cómoda con las fronteras que ha visto aparecer en poco más de un siglo.
Ese ha sido hasta ahora el relato que podría hacer cualquier viajero que hubiera leído la historia del Santuario. Pero como siempre ocurre en cualquier parte de Arica, hay mucho más que los que pasan no ven porque no saben ver, porque están muy cansados y porque nadie en Arica se dedica a contarle a la gente lo mucho que guarda nuestra tierra tras un cerro o una piedra. Ahora, entonces, les cuento un poco de lo que yo he visto con mi familia. En la página siguiente se describe la aventura de un viaje a Livilcar montando caballos.
Antes de pasar por una estrechez flanqueda por altos acantilados de barro y bolones donde está el sitio arqueológico de
Chilpe habitado antes de los incas por aymaras altiplánicos (y que ninguno de los peregrinos reconoce como reliquia arqueológica), lugar que demuestra la inconmensurable magnitud de los aluviones de épocas geológicas pretéritas durante las cuales la Pachamama adquirió su aspecto actual (
foto), nos permitimos un descanso a más o menos un tercio del trayecto al Santuario. Reposamos un rato bajo uno de los muchos improvisados toldos donde venden bebidas y naranjas. Las niñitas (mis hijas y una de sus amigas), extenuadas, se dejaron caer a la sombra en el momento en que, mirando hacia el norte, percibí una imagen que me era familiar: la ladera ascendía en forma más o menos suave formando una cañada poco profunda perpendicular al valle, la que mostraba grandes bloques de piedras de caras lisas esparcidas en la parte más baja y más arriba un gran cúmulo de piedras más chicas y un cúmulo de tierra adyacente. Recordando lo que había visto en
Taltape, supe que ése fue un lugar sagrado para los habitantes pre-colombinos, que las piedras grandes estarían cubiertas de petroglifos, que el montón de piedras estaría mezclado con huesos humanos blanqueados por el sol y que el montón de tierra contendría innumerables trozos de cerámica indígena adjudicable al Período de
Desarrollo Regional.
Ascendí una decena de metros y al otro lado de una gran piedra en forma de fardo a cuyo abrigo una señora de los “dueños” del toldo lavaba ropa, encontré un gran mural con petroglifos (poco más allá se movilizaba la fila de penitentes, sin saber lo que se estaban perdiendo) (
foto). Más arriba, muchos más petroglifos y el montón de piedras con huesos y los trozos de cerámica prehispánica, testigos de la intrusión destructiva de la “civilización” en los recintos sagrados de los antiguos.
Entre los petroglifos predomina la clásica serpiente y una especie de “W”, la cual me llama la atención porque se repite en otros valles. Supongo que podría ser un símbolo de fertilidad pues la más antropomorfa de las versiones que conozco (en
Taltape, valle de Camarones) parece corresponder a una mujer que abre y levanta sus piernas para mostrar explícitamente sus genitales. El esquema básico de la figura se repite aqui camino a la Virgen de Las Peñas, en diversos grados de depuración artística, hasta que pierde los detalles que la identifican con los humanos. Vea la
nota pertinente, trate de explicárselo y si quiere perder el tiempo, trate de buscar referencias que expliquen estos símbolos con más evidencias que la mera suposición que estoy proponiendo. Aqui es donde me pongo triste: por lo menos 20.000 cristianos pasan por allí todos los años, los antiguos elaboraron petroglifos que se ven aun cuando se sigue la cola de peregrinos, pero nadie ha visto nada, nadie sabe nada y los que saben no han podido hacernos llegar siquiera una piadosa dosis de cultura histórica.
“
Niñitas, basta de descanso, próxima parada, Humagata”. Un par de horas después, las misteriosas piedras “
tacitas” nos dan la bienvenida a este fantasma de poblado que en la época colonial fue asiento de una Gobernación. Su importancia se trasladó luego a
Livilcar, posiblemente por un período de sequia, pero luego ambos fueron relegados al recuerdo cuando las recuas de mulas perdieron su costo-eficiencia.
Mientras los peregrinos descansan en Humagata bebiendo gaseosas o café y comiendo gigantescas sopaipillas o un desabrido pan amasado en lo que parece ser la única ruina habitada del lugar, yo vuelvo a visitar lugares desconocidos para los peregrinos, los cuales no han merecido siquiera un letrerito identificándolos.
Dejo que se enfríe mi café y asciendo la ladera sur del valle en dirección al oriente. Así puedo ver mejor la nave de la gran iglesia en ruinas de Humagata cuyo Patrón es
Santiago (con su respectivo y también deteriorado esposo,
Mallku Torre) (
foto) y dirigirme a lo que antes fuera un elegante cementerio (
fotos), hoy relegado a la categoría de las ruinas que contemplan cómo pasan los miles de peregrinos 100m más abajo, mientras ellas, que tienen tanto que contar pero que deben callar a falta de un humano interesado, reciben una que otra visita cada uno que otro año. Por supuesto, el cementerio también cuenta con una gran piedra con petroglifos (
foto).
Hemos caminado casi 7km, cruzando varias veces el modesto río San José a través de angostos puentes improvisados. Para llegar al Santuario nos quedan unos 3km. Allí, envueltos por una heterogénea multitud y el humo de las fritangas de carne de cordero (y ocasionalmente perros y gatos según dicen), compraremos algunas baratijas ordinarias para recordar el viaje, observaremos los interminables bailes de barroca coreografía y más que nada, nos sentiremos impresionados por la inmensa inversión en esfuerzo humano que mantiene viva a una tradición que es más pagana que católica: el persistente fenómeno de adoración de íconos católicos a través de una liturgia que los sacerdotes se esfuerzan por hacerla aparecer como expresión de su Fe, pero carente de la esencia doctrinaria contingente. Me deleitaré con un picante con carne de quién sabe qué animal y ya avanzada la noche retrocederemos un poco para dormir en uno de los hermosos predios aguas abajo. Al día siguiente, de madrugada volvemos al Paradero, donde repondremos las calorías gastadas con más guisos de carne no identificada. La atracción del peregrinaje es tal, que al año siguiente no dudaremos en repetir la aventura y el esfuerzo.
Ya de vuelta en Arica, todo el mundo comenta las peripecias de la peregrinación: que la gente, que el asado, que las micros, que las uñas desprendidas, que el calor que hacía y cuán larga era la cola para saludar a la Virgen. Nadie menciona su vientre, nadie vio los petroglifos, Humagata no es más que donde venden sopaipillas y Livilcar, que está mucho más arriba, pasa a ser sinónimo del Santuario. Así es la “cultura”
chilensis, le comento a mi amigo
Pachakamaq, deidad andina costera que me ayuda a comprender al Mundo Andino...
Pero ya de vuelta a Arica, siempre me queda una inquietud: ¿qué hay más allá? Livilcar, por cierto, pero el Santuario parece como bloqueando el acceso al interior del valle y nunca hay tiempo ni compañía para seguir más arriba. Tampoco hay un buen acceso a Livilcar desde otros lugares y el lugar era un punto en blanco en mi bitácora de intruso de la sierra ariqueña. Pero un buen día del año 2004, con mis amigos jinetes amantes de las travesías serranas, decidimos llegar a Livilcar a toda costa. ¡Vamos pues!