Etnias Circuntitikaka ulteriores
En los más o menos 700 años de blanda y benigna dominación tiwanakota, se fueron diferenciando varias etnias altiplánicas (grupos definidos por una identidad, un conjunto de costumbres y tal vez un lenguaje propio) que constituirían un tremendo enredo para los conquistadores 5 siglos después. El enredo es tal, que muchos expertos van a estar en desacuerdo con mi intento por definir generalidades que nos ayuden a encontrar la identidad aymara. Me he basado principalmente en los conceptos de Thérèse Bouysse Cassagne (La Identidad Aymara, Hisbol, 1987).
Parece claro que los tiwanacotas hablaban pukina y su etnia podría identificarse con ese nombre. Los que no progresaron y se quedaron pescando en el lago formaron una etnia mal mirada por los demás, los
urus. Los que se quedaron cazando tampoco eran bien considerados, se denominaban ch’uqila o p’uruma y aventajaban a los urus en que se decía que custodiaban los lugares sagrados (wak'as) y tenían poderes mágicos. En alguna parte del Perú actual o del territorio caranga al sur del Titikaka, o más al sur aún, los aymaras, formidables y etnocéntricos guerreros que hablaban el lenguaje homónimo, esperaban su turno.
El desarrollo de la identidad aymara está marcado por eventos de gran trascendencia, claramente definidos, a los que daremos categoría de pachakuti para estar a tono con el tema. El uso del término pachakuti en el texto que sigue
no es estrictamente correcto, aunque sirve desde el punto de vista didáctico. Pacha significa tanto espacio como tiempo, dimensión, totalidad y kuti es turno, inversión. Pachakuti es un evento trascendental, que cambia la polaridad del mundo, como ocurrió con el colapso Wari y del Tiwanaku. Más acerca de los pachakuti y la visión del tiempo de los aymaras (incluyendo los calendarios andinos) se puede consultar en una
nota adjunta.
Ese es nuestro primer evento, mitogénico e iniciador de la expansión aymara. Tras unos cinco siglos de liderazgo socio-político-económico, ocurrirá lo que llamaremos “el segundo pachakuti”, pues vendrán los incas a complicar el ordenamiento descrito y luego el “tercer pachakuti” cuando aparecen los españoles a desquiciarlo. El cuarto y último pachakuti lo defino en el establecimiento de la modernidad peruana y luego chilena. La última ha sido definida por el sociólogo Juan van Kessel, autoridad mundial en el tema aymara, como “el impacto más destructivo a su cosmovisión y a su identidad cultural”. No lo describiré pues su contexto está implícito en la serie de crónicas.
Primer Pachakuti: colapso del Tiwanaku e inicio del orden Aymara
Por el desequilibrio creado por el colapso del imperio Wari en el norte del Perú actual (año 1000 d.C., más o menos), ocho decenios de sequia, desgaste administrativo u otras alternativas, tras una ¿violenta? rebelión de los no privilegiados colapsa definitivamente el
Tiwanaku de los pukinas más o menos en 1172 y los aymaras, sin formar una estructura social hegemónica como la del Tiwanaku, expanden su influencia en el altiplano a través de varios Reinos Lacustres que no eran étnicamente homogéneos y de hecho ni ellos mismos se consideraban “aymaras” hasta la primera mitad del siglo XX, cuando se les agrupó bajo este concepto en función de su idioma. El concepto genérico del vocablo aymara aparece algo después de 1570, cuando la “Visita General al Perú” del virrey Toledo y comitiva motiva un extenso pero básico censo en el altiplano, reconociendo sólo tres etnias. aymaras,
urus y
yanaconas y eso no por un interés etnológico precisamente, sino para ordenar el régimen de impuestos
A lo largo del norte de Chile y del noroeste argentino también se establece la modalidad de Señoríos Regionales (
Período Intermedio Tardío), que culmina con la
Cultura Arica y el apogeo de los aymaras circuntitikaka. Pero nos adelantamos y antes sucedió lo que sigue:
En la mitología aymara el período que sigue al “primer pachakuti” (colapso del Tiwanaku) se denomina awqa pacha (período de conflictos, guerras). Sobraban niveles conceptuales para ello...
En primer lugar, los vencidos (pukinas tiwanacotas) y especialmente los pobres urus ya no son considerados personas, sino material para uso y desprecio. En segundo lugar, el territorio circuntitikaka se divide conceptualmente en un sector alto (el lado peruano del lago y extendiéndose aun más al norte), seco, masculino, guerrero y orgulloso, digno de los aymaras (urqu suyu) y un territorio bajo, húmedo, femenino, subyugado, agrícola, más apropiado para los pukinas (uma suyu). Ambos constituyen opuestos y el lago, habitado por los urus que vivían en sus islas de totora (Typha angustifolia) y que no eran personas, era el centro integrador (taypi) que enlaza y a la vez delimita a los opuestos. Tal vez sería conveniente revisar el resumen referente a la cosmovisión andina.
A eso se agrega otro factor de confusión. Durante el awqa pacha se establecen decenas de Reinos Lacustres dominados por los aymaras pero con una minoría de componentes pukina y uru y ocupando casi sin excepción tanto territorios de pastoreo (urqu suyu) como agrícolas (uma suyu). Estos reinos son principalmente:
Al sur del Cuzco y sin contacto territorial con el Titikaka, los k’ana y chanchis.
En las riberas del Titikaka, el Reino Colla (kulla) al norte (con un elevado componente pukina), sus eternos enemigos Lupaca ocupando sólo tierras urqu al sur de las de los collas y los pacajes extendiéndose desde el extremo sur del lago.
Al sur del Titikaka y sin acceso a sus riberas:
3a. Al oeste del lago Poopó, los carangas (karanqa) y los killakas más al sur, los últimos emparentados con los pacajes.
3b. Al este del lago Poopó y de norte a sur, los charka, soras (suri), qhara-qharas y chichas, para sólo mencionar a los de mayor extensión (mapa).
Las constantes luchas entre ellos dieron origen a los pukaras, poblados con estructuras defensivas que cerca de Arica existen en
Copaquilla,
Zapahuira (
Huaycuta y
Chapicollo),
Belén (
Huaihuarani y Ancopachani),
Saxamar,
Ticnamar (Tangani),
Codpa (Vila Vila y Molle Grande), en el Valle
Camarones (Humallani), etc. Es también la época en que aparecen las
chullpas con cualidades arquitectónicas propias de cada reino y que en Arica podemos conocer con poco esfuerzo en Zapahuira,
Copaquilla,
Caillama (cerca de
Chapiquiña),
Incahullo (cerca de Belén) y
Charcollo, en la quebrada de Oxa que llega a Ticnamar.
El altiplano necesita de los valles para su subsistencia. Los valles del lado oriental de la cordillera (manqha yungas) eran considerados más bajos en términos de prestigio que el territorio femenino del lado boliviano del lago (uma suyu) mientras que nuestros valles occidentales (alaxa yungas), por bajos que fueran tenían categoría de territorio macho (urqu) digno de los aymaras del lado peruano del lago. En general, la explotación de las yungas dependía del suyu afín, es decir, la gente del uma suyu trabajaba en las plantaciones de las manqha yungas y viceversa.
Mientras allá arriba se enredaban con esos conceptos, los aymaras protagonizaban, vía caravanas de llamas, el riquisimo intercambio comercial y cultural con nuestros señores regionales de la Cultura Arica, quienes, aunque de genes costeros (“ariqueños”) y altiplánicos (supongo que con un fuerte componente pukina), habían emergido como líderes de entidades sociales autónomas tras el colapso del Tiwanaku. Y así nuestros predecesores se fueron “aymarizando”.
Podemos resumir estableciendo que los aymaras eran una etnia de origen incierto que ocupó al altiplano circuntitikaka tras el colapso del Tiwanaku y que luego hizo lo posible por subyugar y explotar a los pukinas del desaparecido imperio tiwanakota y abusar de los primitivos urus establecidos en las islas de totora del lago y en las riberas del río Desaguadero y que no intentó establecer una estructura sociopolítica hegemónica en el territorio circuntitikaka. Falta insistir en que eran excelentes guerreros.
Segundo Pachakuti: los incas conquistan el altiplano
Con una concepción dual de su territorio (urqu y uma) y distribuidos en los Reinos Lacustres mencionados, con unos pocos “salvajes” no organizados que se quedaron en la etapa de cazadores-recolectores (ch’uqilas) y usando a los urus como peones de la más baja categoría, el altiplano vecino al lago Titikaka y el Poopó debe haber tenido uno a tres millones de habitantes cuando se empezaron a organizar los incas.
Ocupando las tierras del extremo norte del Titikaka tanto en territorio urqu como uma (lado occidental y oriental del lago) y extendiéndose tal vez desde el sur del Cuzco (Qusqu) hasta Arequipa (Arikipa), Atacama y la región de los Mojos en la vertiente oriental de los Andes, estaba el reino más poderoso, el Colla, por lo que los incas le dieron a la zona perilacustre el nombre de Collao. Al sur de ellos y ocupando sólo territorio urqu estaban los lupacas. Se odiaban desde siempre y sostenían grandes batallas, la mayor de las cuales, en Paucarcolla, involucró a más de 150.000 guerreros, con 30.000 fatalidades y terminó con la victoria lupaca. Eso da una idea del inmenso poderío guerrero del Collao, el cual termina conquistado por el entonces aún pequeño estado incaico.
Quien dio inicio a la expansión incaica fue el VIII Inca, quien se rebautizó como Viracocha, antecesor de quien se autoasignó la categoría de principal héroe incaico y se puso el sugestivo nombre de Pachakutiq (”el que genera un cambio trascendental”), a su vez padre del más formidable gobernante que ha producido América, Tupaq Yupanki (Tupac Yupanqui). Poco después de la batalla de Paucarcolla, Viracocha se alió con el señor del Reino Lupaca siendo sólo un pequeño estado, de no más de 20 a 30.000 familias. Entre 1438, fecha en que asumió Pachakutiq y 1471, conquistó la capital del Reino Colla en territorio urqu y la ribera oriental del lago Titikaka (uma suyu), estando el sur de la ribera occidental asegurada por la alianza con los lupacas. Hay una versión que atribuye el mérito de esa gestión al Inca Viracocha, además de alguna evidencia en cuanto a que los incas pudieron haber establecido precozmente una alianza con los carangas del sur del lago Poopó, la que sirvió como punto de apoyo para la conquista de las riberas del Titikaka. Queda demostrada una vez más la deficiente precisión de los cronistas de la conquista y el enredo que armó el Sapa Inka Pachakutiq cuando redefinió toda la “historia” (mitología en realidad) del imperio y su ordenamiento para hacerse pasar como el ordenador e iniciador de éste.
Después de eso los incas tendrían que dominar a la formidable Confederación Charka al sur del lago, pero a poco de haber sido conquistados, los collas se rebelaron ante la falsa noticia de que el Sapa Inca había muerto. Se aliaron con sus eternos enemigos lupacas y atrincheraron a un ejército de 200.000 hombres. Los incas fracasan en un primer ataque con 120.000 combatientes y luego debieron duplicar el contingente antes de conseguir la victoria definitiva.
Tras ella, los collas fueron públicamente humillados, obligándoseles a profanar a sus símbolos sagrados, vistiéndolos como mamarrachos, cruelmente masacrados, usando el pellejo de sus jefes para confeccionar tambores para el ejército y llevando a sus dioses en cautiverio al Cuzco, táctica que ya se utilizaba en la época de los waris. Tanto ensañamiento tuvo seguramente afanes ejemplarizadores, pero los lupacas no fueron tan mal tratados, tal vez porque eran aymaras y no pukinas.
Después vino el problema de la poderosa Confederación Charka que reunía a los señoríos ubicados al sur del lago y que era muy interesante para los incas pues su control establecería una frontera contra tribus problemáticas del territorio amazónico, poblada porlos molestosos "chiriguanos".
Fue Tupac Yupanqui quien en 1441 inició esa aventura. Cuentan (seguro que para adornar el asunto) que más de veinte mil altiplánicos que huian de la invasión incaica se aposentaron en la cima de una escarpada montaña rodeada de ríos, difícil de atacar y provista de campos para cultivar y agua como para no salir nunca de allí y accesible sólo por un reducido espacio protegido por guardias. Los incas se lograron infiltrar armando una gran fiesta en la vecindad, con vasta dotación de mujeres que llamaban incitantemente a los guardias y voilá, éstos se dejaron tentar...
La derrota de la Confederación Charka dio término a la conquista incaica del Collao, quedando como aliados de los invasores, en mejores términos que los lupacas y sin las humillaciones infringidas a los collas. Contra la política imperial de permitir que las etnias conquistadas siguieran utilizando sus tierras para su propio provecho, aunque debiendo laborar una parte de éstas para el beneficio del estado y otra para los sacerdotes imperiales, además de aportar una cuota mesurada de hombres para el ejército, los charkas fueron liberados de la obligación de tributar en especies, pero en cambio debían “pagar” todos sus tributos como soldados. Particularmente favorecido fue el jefe de los qhara-qharas, a cuyo hijo se le otorgó el privilegio de casarse con una de las hijas de Wayna Qhapac (Huayna Capac), el hijo y sucesor del conquistador Tupaq Yupanki. Algo absolutamente inusual en la historia de los incas, que revela que la expansión del Imperio empezaba a crear situaciones de mayor complejidad que las que podían resolverse a través de la simple exigencia de horas-hombre extraidas de la fuerza laboral de los
ayllus. Otro ejemplo que ilustra esta situación es lo que ocurrió en Cochabamaba, como se relata en un párrafo ulterior de esta página.
Definimos al
dominio incaico como el segundo pachakuti pues hubo tremendos cambios para los aymaras. Desde luego, los pukinas del Reino Colla adquirieron categoría de bufones, muy de acuerdo con el etnocentrismo aymara. Los aymaras fueron distinguidos asumiendo importantes roles guerreros en las fuerzas incaicas y trabajando en las minas de oro y plata o construyendo caminos y puentes y otras tareas consideradas nobles, lo que no ocurrió con los pukinas y urus.
Pero hubo un cambio conceptual trascendental: la dualidad urqu-uma y puna-yungas de su territorio fue desmembrada y el Collasuyu donde quedó integrado el Collao-Charkas excluia a parte de las yungas o valles bajos. Además, los incas hicieron salir a los urus de las islas del lago, reordenaron la ubicación de los asentamientos sin respetar necesariamente la dualidad urqu-uma, consecuentemente homogeneizando en gran medida la diferenciación entre aymaras y pukinas y establecieron muchos mitimaes (traslado de poblaciones de otras latitudes y etnias) en los manqha yungas (valles orientales), además de introducir un cuarto idioma, el quechua. En ese espacio relativamente reducido, ya se hablaba quechua, aymara, pukina y uru-chipaya...
Cabe reforzar algo que pocas veces se menciona referente a la cosmovisión aymara preincaica. La fortaleza del acondicionamiento geológico, cultural y étnico que respaldaba a la dualidad urqu-uma era tal, que la variante del Camino Inca que pasaba por el lago se bifurcaba para recorrer el lado urqu y el lado uma y luego reunirse al sur, constituyendo una notoria excepción a la conceptualización usual de los ingenieros imperiales.
Los señores de la aristocracia aymara no podían ser menos y adoptaron rápidamente el quechua, se “incanizaron” y algunos de ellos
asumieron el control de nuestros valles en representación de los incas. Para muestra, un botón: la chullpa de Incahullo, aymara por ser chullpa pero incaica en la factura de sus muros y su planta cuadrangular (
foto). La adaptabilidad de los aymaras es extraordinaria, pero hasta esta parte del relato sólo han asimilado dos de los cuatro pachakutis que los define...
Por otra parte, los incas alteraron la economía y toda la sociedad aymara no sólo creando centros administrativos, delimitando estrechamente el espacio de cada asentamiento (terminando con la movilidad característica del awqa pacha o apogeo Aymara del
Período Intermedio Tardío), homogeneizando las poblaciones y no sólo exigiendo tributos en bienes sino también en sangre. Para Tometamba, una de las batallas de las interminables y poco felices guerras incaicas del norte, actual Ecuador, Tupaq Yupanki recluta el 6% de la población Lupaca (6.000 combatientes), de los cuales sólo regresaron 1.000.
Pero los incas hicieron algo más aún, en un tremendo despliegue de su poderío. Como sus mitos les decían que provenían de la Isla del Sol, vecina a la península de Copacabana en el lado
urqu del lago, territorio Lupaca, llevaron a
mitimaes a dicha isla para servir cultivos ceremoniales y también hicieron un “resumen” de todas las etnias del Tawantinsuyu instalando en Copacabana a 14.000 mitimaes de 42 etnias diferentes, de todas las latitudes del imperio y aun de las dos fracciones del Cuzco. Otra situación especial ocurre en el valle de Cochabamba, cuya población aymara fue prácticamente erradicada para que fuera explotada por mitimaes de diversa procedencia que actuaban como empleados del imperio, posiblemente para explotar el valle en forma más productiva y consolidar la barrera defensiva contra la potente amenaza de las etnias amazónicas. Eso de alguna manera tiene que haber trascendido cultural y genéticamente a la periferia del lago y explica porqué afirmo que la etnia Aymara es una de las más complejas del planeta.
Tercer Pachakuti: los españoles
Nunca podremos imaginar siquiera lo que pudo haber sido la evolución “natural” de los aymaras del
awqa pacha. Todo el impacto cultural, religioso, étnico, demográfico y político del pachakuti incaico fue multiplicado por N tras el pachakuti de la “civilización”. Si una batalla de las guerras entre los collas y lupacas costó 30.000 vidas y una batalla de la campaña incaica en el actual Ecuador hizo desaparecer a 5.000 lupacas (5% de su población), tan sólo la explotación de la plata de
Potosí había costado 6.000.000 de vidas indígenas en un par de siglos (
nota). Si quiere seguir con los muertos, a la explotación criminal agréguese el efecto de las epidemias de viruela y sarampión que implantaron en la población inmunológicamente virgen (aunque quechua, cabe mencionar que uno de los primeros en fallecer por esta causa fue el Sapa Inca Wayna Qhapac, sin haber llegado a conocer a un español siquiera). Casi el 30% de los lupacas había desaparecido tres décadas después de la Conquista.
El primer encuentro trascendente de los aymaras altiplánicos con los españoles se produjo en 1535 cuando Diego de Almagro pasó por el Collao con más de 1.500 indios descastados (
yanaconas), unos 150 negros y 531 conquistadores, rumbo a Chile. El año anterior Carlos V había dividido al Mundo Andino en sendas gobernaciones que entregó a Francisco Pizarro y a Diego de Almagro. Almagro no hizo nada por su territorio, denominado Charcas y en 1538, ya ejecutado Almagro tras su derrota en su batalla contra Pizarro, Hernando Pizarro partió con 200 soldados al altiplano, además de miles de quechuas de la dotación del Sapa Inca títere Paulo. Los lupacas no le permitieron cruzar el río Desaguadero, el cual lleva las aguas del Titikaka al Poopó. Tras una sangrienta batalla, la comitiva invasora llega a donde hoy está Cochabamba, donde poco menos de 10.000 guerreros charka, killaka, karanqa, qhara-qhara y otros de la antigua Confederación Charka los llevaron a una prolongada batalla que demoró meses en terminar con la resistencia indígena. Aunque esas tierras pertenecían en teoría a Almagro, los Pizarros conseguian fundar en el poblado charka de Chuquisaka una ciudad vecina a las minas indígenas de Porco (
purqu) en 1538. Siete años después se descubría por allí cerca el fabuloso mineral de plata de Potosí y pronto éste lleva a la creación de la más grande ciudad americana de la época. Para facilitar las comunicaciones entre Chuquisaka y Cuzco, en 1548 se funda La Paz y más de 20 años después Cochabamba (
quchapampa) y Tarija. En la plenitud del siglo XVI, la Bolivia de hoy se llamaba Charcas y no era más que un territorio desconocido con una inmensa mina y unas pocas ciudades para servirla.
Pero así como en 1541 se
¿fundaba? Arica en virtud de una
encomienda entregada por Francisco Pizarro a un arequipeño, Charcas va siendo progresivamente afectada por esa institución que entregaba grupos de indios a un español para que los explotara a cambio de la gracia de convertirlos al catolicismo, sin ninguna consideración al peculiar concepto de territorialidad que era vital para el estilo de vida
aymara. Ocurrió entonces lo que hemos descrito en “
El Drama Indígena tras la Conquista”.
Por encima de todo eso, por si fuera poco, un Virrey eficiente, Francisco Toledo (
foto), partió en 1570 a recorrer su territorio para hacer realidad lo que la Corona había ordenado a principios del siglo y reiterado sin éxito en ocasiones ulteriores: los indios debían agruparse en poblados (“
Reducciones”) definidos según los estándares españoles, so pena de que sus asentamientos originales fueran incendiados. Así era más fácil cobrarles el tributo, engancharlos para la criminal labor minera y catequizarlos como Dios manda. Que si los aymaras habían diseñado un estilo de vida completamente diferente al “civilizado” e incompatible con las reducciones, era algo que no le importaba a ninguna autoridad para nada. Los aymaras pudieron haber sido etnocentristas y los incas empezaron con las reducciones, pero la magnitud de la gestión española fue asombrosa y podría decirse malévola si no hubieran sido tan cristianos y en cierta medida disculpables por su ignorancia y ambición.
La jerarquia administrativa ancestral se vio fuertemente afectada, pues los kurakas perdieron su poder ante el consejo colegiado (cabildo) impuesto por los españoles.
Se hicieron detallados pero parece que no muy exactos censos en el Collao. Aunque a los sacerdotes se les enseñaban las cuatro lenguas (quechua, aymara, pukina y uru), sólo reconocían dos etnias: aymaras y
urus, además de los yanaconas descastados. O había una tremenda confusión o los españoles enredaron las cosas, pues sucedía lo siguiente:
La magnitud de los tributos era función de la eficiencia del indígena, por lo que los aymaras pagaban con orgullo una mayor tasa y proveían
ch’uñu, llamas y ropa tejida con su propia lana, mientras los urus tributaban pescado seco y ropa tejida con lana aportada por el encomendero, petacas, esteras, etc. Un uru rico podía considerarse y ser considerado por los españoles como aymara, pues eso implicaba dignidad, poderío económico y dominancia. Quién sabe si los aymaras lo aceptaban como tal, pero parece que la vía inversa no era posible: un aymara pobre no pasaba jamás a la categoría de uru. Los pukinas no se mencionan y estaban posiblemente asimilados a los urus.
Había pues, una confusión y/o mezcla de conceptos y/o etnias que complican tremendamente la definición de una identidad aymara desde que se les consideró una unidad de tributarios para la Corona (”Visita General al Perú” del virrey Toledo, 1570-75) pero sin formar una estructura social hegemónica como la del Tiwanaku (y mucho menos una gran nación única como hoy afirman algunos agitadores sociales de Bolivia). Ellos expanden su influencia en el altiplano a través de varios Reinos Lacustres que no eran étnicamente ni sociopolíticamente homogéneos y de hecho ni ellos mismos se consideraban “aymaras” hasta la primera mitad del siglo XX, cuando se les agrupó bajo este concepto en función de su idioma. El concepto genérico del vocablo aymara aparece algo después de 1570, cuando la “Visita General al Perú” del virrey Toledo y comitiva motiva un extenso pero básico censo en el altiplano, reconociendo sólo tres etnias. aymaras, urus y
yanaconas y eso no por un interés etnológico precisamente, sino para ordenar el régimen de impuestos. Los estudios genéticos contemporáneos confirman la rica complejidad de lo que hoy es un aymara. No se sabe cuánto puede haberse modificado en lo genético desde su apogeo en el
Período Intermedio Tardío, pero sus 1.000 años de evolución han ciertamente modificado profundamente su estilo de vida. Los feroces guerreros del
awqa pacha y aquellos que ocuparon puestos privilegiados en las guerras incaicas, parecen ahora, según Pablo Neruda, una “
dulce raza hija de sierras” pero, a juzgar por lo que sigue, esa dulzura puede sólo ser una apariencia y no un signo de sumisión.
En lo conceptual, los aymaras han demostrado una asombrosa capacidad para convivir con aquellos que le imponen conceptos cosmológicos y/o sociales ajenos a su identidad. Hay amplia dispersión en la rigurosidad de esta afirmación, debido a los diferentes niveles de “culturización” del aymara actual y variaciones regionales, pero es fácilmente detectable. Eso nunca es más evidente que en cuanto al adoctrinamiento cristiano. Hasta hoy se diferencia entre “religión” (liturgia católica) y “costumbre” (religión autóctona cuyas reservas se guardan en la profundidad de su territorio). Confesando fuertes creencias religiosas católicas con un toque pagano, porque en su mundo todo es liturgia y altar, paralela o simultáneamente cumplen sus propias gestiones religiosas. Presento un par de ejemplos para exponer cómo me explico yo ciertas situaciones, dispuesto a aceptar con humildad un tirón de orejas de los expertos.
Es necesario cumplir con la dualidad de mundo de los aymaras. Pero hay dualidades que no pueden combinarse (
awqa), como el agua y el fuego o deben alternarse como el día y la noche, mientras que otras, como la interacción de las dos manos o las dos fracciones básicas de un ayllu, deben coexistir (
yanani). La
wilancha en la madrugada previa a la ceremonia cristiana durante un día de celebración podría considerarse una manifestación del concepto awqa y si el sacerdote católico la quiere impedir generará un enfrentamiento. Mejor entonces no se aparece a ejercer su culto hasta que la wilancha ha sido consumada, autorizando de facto una alternancia (
kuti).
Tal como el rito del
tinku, batalla ritual de dos fracciones de las comunidades que conservan su autenticidad (
foto) (hoy suele hacerse a membrillazos o se le reemplaza por un partido de fútbol), el
kuti puede llegar a formar una coexistencia simultánea (
yanani) pues equilibra a dos
awqa, a la vez que el
tinku persigue obtener la igualdad, aunque parezca paradójico. La igualdad es, en la práctica, algo que los credos cristianos no pueden aceptar con relación a otras religiones. Sin embargo, gracias tal vez a la Pastoral de la Tolerancia que se planteó a partir de 1661 y que sucedió a la Inquisición que legitimaba la gestión de los conquistadores, los aymaras de antaño optaron por el
yanani hasta donde les fue posible, guardándose sus propias creencias en forma de una alternancia (
kuti) si no había más remedio.
De allí pues que lo
awqa de la
wilancha, se resuelva con un
kuti. Un ejemplo de
yanani, entre muchos otros, me parece que lo constituye las cruces de mayo con arco (
foto). La cruz es obviamente cristiana y el arco es de origen pagano y se utilizaba para agraciar al Mallku o espíritu tutelar de lugar. Es fácil que un sacerdote acepte que adornen una cruz con un arco, pero no se concibe una
wilancha durante una misa, por ejemplo.
Tal vez mis disquisiciones no son enteramente válidas, pero sirven para demostrar que, de una u otra manera y mientras mantenga su identidad, el aymara no abandonará la esencia de algunas de sus costumbres e ideas, pues sigue pensando que de ellas depende el éxito de su gestión productiva, aunque después del awqa pacha preferirá evitar el enfrentamiento.
Me he extendido en estas explicaciones porque hoy existe una situación cuyo desenlace puede ser trascendente y que no puedo anticipar ni creo prudente comentar. Desde hace tiempo ha ido ganando terreno una corriente religiosa no andina fuertemente etnocida. ¿Logrará al fin aniquilar la ya tambaleante identidad colectiva de los aymaras de Chile?
Hace mucho me explicaron que los habitantes de las islas de totora del Titikaka eran aymaras pues los urus fueron aymarizados y casi extinguidos ya durante la década de los 40 del siglo XX. Entonces lo entendí bien, pero ahora ya no sé lo que es uno u otro. Tal vez podemos eliminar el apelativo “uru” pero los genes siguen allí, en el aymara contemporáneo, así como hoy no nos damos cuenta cuánta sangre negra hay en Arica. Más detalles al respecto en
este link.
Si hay algo que caracteriza genéticamente a los aymaras es su riqueza en aportes étnicos variados e intensos a lo largo del tiempo. Al estar esa pluralidad genética integrada en un todo que logró en el pasado mantener una identidad bien definida, aunque evolutiva, y pese a todo lo que le ha sucedido y como eso va emparejado a una extraordinaria capacidad para adaptarse sin anularse, supongo que, como pocas etnias en la historia humana y si logra mantener su identidad, el aymara es eterno. Su futuro en Chile como etnia con intereses colectivos me merece dudas, al verlos hoy tan fragmentados en una lucha poco edificante para conseguir fondos estatales. Sin embargo, como individuos son empeñosos y serenamente obstinados, sin los afanes de rápido enriquecimiento de los occidentales y eso es lo que hace que una etnia progrese a largo plazo. Las últimas décadas han visto surgir a los aymaras ocupando más y más espacios en la economía ariqueña: profesionales, técnicos de alto nivel, transportistas y comerciantes con empresas pequeñas o medianas, son cada vez más abundantes. En lo empresarial, donde quiera que la producción a pequeña o mediana escala requiera del esfuerzo personal y el apoyo de los familiares, se encontrará a un aymara. Esto permite profetizar una creciente y merecida “aymarización” de la economía ariqueña mientras ésta continúe su lento progreso. Eso contrasta con la gran cantidad de orientales y negros que trajeron los españoles: languidecieron progresivamente y hoy cuesta distinguirlos, como grupos de peculiares raigambres, de los occidentales. En otras palabras, de no mediar eventos poco probables, en algunas décadas Arica volverá a ser una ciudad aymarizada, por lo menos fuera del ámbito burocrático impuesto por el centralismo. Pero si aqui se instalan fuertes poderes económicos, como los que ya hemos visto hacer desaparecer tiendas, farmacias y otros negocios que gozaron de décadas de prosperidad, los aymaras pasarían a ser peones como cualquier desposeído, a menos que consigan rescatar sus valores familiares y comunitarios del pasado y así mantener su identidad de grupo étnico. O tal vez nos sorprendan una vez más, adaptándose a las nuevas reglas si se inspiran en su pasado. Para eso no deben pretender transformarse en occidentales, sino buscar en su pasado las respuestas al nuevo desafío Será ese un interesante fenómeno sociológico, considerando además que Chile parece hacer lo posible por anularlos desde que asumió el control de este territorio. No descarto una gran sorpresa...
Más que una etnia, un mundo en evolución
He insistido en que, tras la tenue cortina de "modernismo" y "cultura" occidental, Arica sigue siendo más andina que "chilena" al estilo habitual, que su historia y realidad contemporánea están íntimamente ligadas a la etnia Aymara y que las raíces de ésta son tremendamente complejas en lo genético y cultural. Debemos ahondar más aun en las complejidades para comprender cuán extraordinario es ese mundo andino que nos origina y condiciona en gran medida.
A un nivel elemental, podemos afirmar que los quechuas son del actual Perú y tuvieron su apogeo con el Imperio Inca, mientras que los aymaras formaron los reinos, señoríos o curacazgos que rodeaban al lago Titikaka tras el colapso del Tiwanaku de la etnia pukina. Hay que introducir una complejidad que se extiende por todo el altiplano: aunque controlados por una etnia determinada, estas unidades socio-políticas eran multiétnicas, con variados componentes de aymaras, pukinas, urus y posteriormente quechuas y tal vez hasta amazónicos "altiplanizados". Algunos grupos son ramas colaterales que se desprendieron del señorío Colla aun antes de la hegemonía Tiwanaku, como los kallawayas (
foto) y otros son muy antiguos, "chullpas o sobrevivientes de la humanidad que existía antes que saliera el sol", como los chipayas (
foto).
Al sur del lago Titikaka, la población aymara se va diferenciando en otras etnias poco comprendidas y llega a contactar con los lipes que ocupan asentamientos a veces compartidos con los urus y con nuestros atacamas de San Pedro, los últimos claramente diferentes de los aymaras y poseedores de un idioma muy diferente al de los del altiplano.
Un análisis más profundo del Mundo Andino en general, identifica elementos sociales, económicos, étnicos y costumbres que tienen mucho en común, pero a su vez hay, hasta ahora, una gran variedad de estilos generados por soluciones adaptadas a las tan diversas condiciones geográficas, climáticas y de capacidad productiva de los diferentes nichos ecológicos del territorio centro-sur andino. Aunque en general estos estilos pueden clasificarse como pertenecientes al “ideal” Wari-Inca o al Tiwanaku-Aymara, la variedad evolutiva de los diversos núcleos hace de esta historia algo tan complejo y fascinante.
En páginas precedentes mostramos un
mapa simplificado de los señoríos aymaras y luego establecimos que, coincidiendo con una diferenciación geo-político-cultural, los incas conquistaron el lago primero y luego el altiplano de más al sur, donde era fuerte la Confederación Charka y ya existía un mayor enredo étnico. Para simplificar, omitimos esa vez la mención del curacazgo Yampara, asentado en Sucre y su vecindario, organización multiétnica de base pukina que ha sido motivo de interesantes estudios en las últimas dos décadas por lo que sigue.
El control de esta región era muy importante para los incas a fin de establecer una barrera contra la agresión de los indios amazónicos, mestizos de base guaraní genéricamente denominados chiriguanos (chiriwani), quienes con frecuencia generaban conflictos bélicos, a veces graves (durante el gobierno de Wayna Qhapac (Huayna Capac), padre de Huascar y Atahualpa), incursionando en territorio serrano-altiplánico. A petición de los locales, los incas enviaron numerosos grupos étnicos de otras latitudes (
mitimaes) para formar una "frontera" al este de Sucre. Se redefine así en forma aun más complicada la composición étnica de Charcas.
Después vendría la invasión española, creando condiciones tales que ocurrieron intensas migraciones, desaparecieron etnias bajo la presión "moralizadora" y laboral y se barajaron composiciones étnicas regionales que los andinos, con su maravillosa capacidad de adaptación, aprovecharon para redefinir estilos peculiares de vida y generar algunas nuevas "etnias" o grupos culturales a partir de fines del siglo XIX. Mitimaes, migraciones, destrucción de identidades, prohibición de credos y vestimenta y redefiniciones de estilos de vida, más la activa intervención contemporánea de la organización ASUR (Antropólogos del Surandino) han definido y "rescatado" "etnias" tan peculiares y provistas de tal riqueza cultural como los tarabucos y los jalq’as, artistas de telares asombrosos (
foto) que justifican unos de los museos más estimulantes que he conocido en nuestra América y custodios de tradiciones redefinidas desde la base ancestral y en función de la impositiva gestión caucásica.
Para decirlo en forma más clara, nuestra base étnica, en armonía con su entorno natural y pese a las crueles reglas sociales impuestas por los invasores, no se deja vencer y humilla a los foráneos creando identidades autóctonas en función de la riqueza de su pasado-presente-futuro y que aprovechan lo poco que les queda para producir una singularidad asombrosa. El altiplano es entonces, un crisol formador de etnias que se consolidan en materia de décadas y que difieren en cuanto a vestimenta y algunas tradiciones, como la gente de
Aravelo,
Tarabuco,
Jalq’a y
Chipaya, entre otras. Esto es, sin duda, una de las tantas singularidades planetarias de nuestro territorio andino. Los jalq'as, por ejemplo, no figuraban en ningún escrito de hace 20 o 30 años.
Resumiendo la situación étnica actual, tenemos quechuas en Perú y en el lado "peruano" del lago Titikaka, aymara-pukinas en el lado boliviano, extendiéndose hacia el sur hasta Oruro (antiguo territorio
uru). Más al sur, los mitimaes quechuas y de orejones (realeza incaica) que vinieron a defender la frontera con los chiriguanos, han trascendido hasta tal punto que Cochabamba, Sucre y Potosí son esencialmente quechuas. Al llegar a esa zona se nota el cambio en el largo de la falda de las mujeres, la variedad de los sombreros, el genotipo más frágil y el espíritu menos combativo. Allí algunos conceptos sociales, cósmicos y términos lingüísticos aymara son desconocidos (¡no existen, simplemente!). Y ese mundo es quechua...
Pero aun queda gente que se considera uru en Oruro y un porfiado poblado de ellos en la ribera del río Desaguadero (Uruito, Irohito o Urujito) y chipayas en las riberas del salar de Coipasa. Y en la Isla Pescado del salar de Tunupa o Uyuni, la pareja que la habita es aymara. Hay en esa región un "bolsón aymara" aislado de sus congéneres circunlacustres y rodeados de quechuas poco "empáticos" al noroeste del Salar de Uyuni y Coipasa.
¿Y qué tiene eso que ver con Arica? Cuando a esos aymaras les falla la cosecha de papas y
quinua, bajan a los valles de Arica a buscar su sustento. Cuando la migración urbana deja espacios abiertos en nuestras sierras, aymaras de esos parajes migran para ocupar el nicho ecológico abandonado. Para ellos, el territorio andino es una unidad, digan lo que digan los gobernantes de los países que nos controlan.