Relatos de fines de la década de 1990 y pocos años después
Conocí Codpa en 1974 y hasta la última revisión de este texto, en el año 2015, he cabalgado 11 años consecutivos hasta Codpa para colaborar con las festividades de la vendimia y no he dejado de visitarla cada ciertos meses con mi familia y/o amigos, pero no he querido alterar mucho el texto que escribí entre fines del siglo pasado y comienzos del actual, cuando aún creía que la esencia de la identidad de Codpa renacería fortalecida.
Un codpeño típico
El Sr. Benítez es uno de los conocidos elaboradores de pintatani en Codpa. Su casa, río abajo a menos de 1km desde la Hostería, es la típica santigua casa de las parcelas de la zona. Un par de habitaciones de barro con techo de palos, sin entretecho, casi empotrada en uno de los dos muros casi verticales del valle, de arcilla y grandes piedras prestas a rodar, que flanquean la quebrada. La quebrada es estrecha pero está intensamente utilizada en todas las parcelas, desde el borde del río hasta donde lo permite la pendiente de los límites laterales. Allí donde acaba la vegetación, suelen estar las casas, cobijando a agricultores generalmente ancianos y a las vinchucas que hasta la relativamente reciente campaña de Servicio de Salud abundaban en la zona.
Aunque el camino correcto a la parcela de Benítez es una huella labrada en la muralla del valle, siempre prefería seguir la ribera del río, lo que ya no es posible gracias al progreso: tras una muy dañina crecida estival del río, a principios del siglo actual las riberas fueron protegidas por eficientes pero para nada atractivas estructuras de concreto y gaviones de piedras (
foto).
Hay veranos en los cuales el río no se manifiesta y otros durante los cuales desciende con fuerza acarreando aguas turbias (
foto), pero cuando baja con serenidad a través de Codpa desde Chitita y Guañacagua al oriente y hacia
Ofragía al poniente --unos 20km de iterativos escenarios y similar producción agrícola, amenaza de retorno del
Triatoma (vinchuca) y estilos de vida-- el agua es cristalina y las riberas estaban antes cubiertas por una vegetación similar a la de las películas de hadas, con cabras y ovejas pastando y patos y niños retozando en las pozas (
foto).
Me gusta la parcela de Benítez. Me parece una de las más fértiles, tal vez porque no conozco muchas otras. Mirando hacia abajo se ven las múltiples pequeñas terrazas de cultivo ocupadas al máximo por una aparentemente desordenada y tupida plantación de vides, paltos, naranjos, pomelos, membrillos, peras de las chiquitas,
tunas (
foto), tumbos, higueras, etc. Se está bien en la terraza que se proyecta hacia el valle, catando el pintatani o la chicha que allí se vende informalmente, como en todas las otras parcelas, y conversando con Benítez o su esposa. En Semana Santa de 1999, la Sra. Dominga está en Arica, recién operada de la vesícula y Benítez está solo y dispuesto a hablar un poco de su pasado.
Me cuenta, por ejemplo, de cuando no había más agua para beber que la del río, no siempre límpida. Para purificarla se echaba en el depósito que la contenía una penca de tuna (
foto) partida a lo largo y luego se revolvía. Seguramente la savia de la tuna tiene un efecto floculante.
No tengo que esforzarme para tener presente que el valle está rodeado por un territorio infernal, seco, tapizado de piedras, donde nunca llueve, surcado por quebradas y valles increíblemente solitarios y hostiles. A lo más, en algunas partes crecen algunos cactus candelabro (
Browningia candelaris,
foto), habitantes solitarios de toda la sierra seca de la precordillera de Arica y cerca de Codpa se ven algunos corrales de pircas de piedra que servían al Camino Inca. Pero, salpicados por aqui y por allá en la intimidad de la sierra, hay vergeles como el que estamos disfrutando.
Benítez proviene de
Esquiña, a unos 30km en línea recta de sierra seca y estéril hacia el sur, en una quebrada que es parte de otro valle más al sur,
Camarones. Antes de comprar su parcela actual vivió en
Belén y también en
Ticnamar, pueblos ubicados más al norte, en fértiles terrenos más abiertos que el estrecho tajo que es Codpa.
Hoy, los pocos camiones de 6 ruedas y las camionetas pickup de baja cilindrada, utilizan los caminos de tierra y piedras construidos hace pocas décadas por la Junta de Adelanto de Arica, pero Benítez recuerda muy bien cuando viajaba de uno a otro lugar o bajaba a Arica a lomo de animal. A menudo se viajaba con un pequeño grupo, aunque otras veces él partía solo, con 4-5 burros cargando los productos agrícolas y él a lomo de un “macho”. Ahora lo entiendo mejor, habiendo viajado a caballo hasta el valle en más de una oportunidad.
Mientras paladeamos esa chicha morada fuerte, un tanto ácida, que poco evoca al laxante exceso de azúcar que los chilenos llaman chicha, me cuenta de otros eventos pre-camiones: los “marchantes”. Estos eran personajes de las tierras altas que, siguiendo costumbres de miles de años, hasta principios de la década de 1990 bajaban al valle conduciendo
caravanas que portaban lana,
ch’arkhi,
quinua y otros productos que trocaban por frutas y verduras. Cerca de Vila-Vila, hacia el oriente de Codpa, la ruta tropera, inaugurada como camino a fines de 1999, ostenta una gran
apacheta circundada por amontonamientos de piedras más grandes que las de ésta (Lat.18º50'28"S, Long.69º22'51"O), los que a primera vista representan un ordenamiento que no se entiende. Pues cuentan que los “marchantes”, al hacer su ofrenda a la apacheta, expresaban con esos amontonamientos lo que cuali y cuantitativamente esperaban obtener del trueque de su carga.
A principios de los 90 visité brevemente a
Pachica (
foto) y
Esquiña (Lat. 18°56'S, Long. 69°32O,
foto) por primera vez y acampé a orillas del río, cerca de
Illapata, (Lat. 18°57'S, Long. 69°30'12"O) en un viaje difícil y con incidentes menores por problemas con mi vehículo. A principios del 2001, antes de las desastrosas lluvias del “invierno boliviano”, el camino podía catalogarse de bueno y apto para automóviles corrientes (
foto). San Andrés de Pachica (de “
pä chika” = “dos unidades”) seguía colgando acrobáticamente a media altura de la muralla norte de la quebrada de Saguara, casi justo donde ésta termina en el valle de Camarones, con sólo dos habitantes, la torre campanario de la iglesia parcialmente destruida y los murales del siglo XIX de la iglesia casi totalmente restaurados por un particular (
fotos). Un poco al poniente, el intenso verdor de las chacras de Putaraya se comprende cuando se conoce a la joven pareja de trabaja esa tierra y quienes renuevan la confianza en nuestros compatriotas serranos. Esquiña, como si el anatema que le echara el cura de Codpa en 1907 no hubiera sido neutralizado por la gestión del Padre Luis Urzúa en 1956 y pese a las varias estatuillas del apóstol
Santiago que me impresionan como el principal atractivo de la iglesia, nos pareció poblada por fantasmas, en contraste con el vecino Illapata, lleno de actividad y por entonces con una fábrica de quesos. Al oeste de Esquiña, una quebradilla cultivada que denominan algo así como Quihuatama, nos deja tarea para el futuro, pues allá abajo los prismáticos sugieren la existencia de las ruinas de un poblado en la cima de una colina que domina al valle (¿pukara?), cuya existencia ignoraba.
Visitando el valle, aguas arriba
Hagamos un paseo desde la Hostería hacia la cordillera. Los 5km hasta Guañacagua (de “waña q’awa”, quebrada seca) se recorren mejor a pie, a lomo de animal o en moto que en un auto. Siguiendo un angosto camino labrado en la ladera norte, se van repitiendo las parcelas y habitáculos de barro o (ahora) paneles de madera terciada. La Municipalidad se lució introduciendo los paneles solares hace ya algunos decenios, los que contrastan con lo precario de la vivienda y el torcido palo que levanta a la antena de TV.
De cuando en cuando, a unos pocos metros por encima de la huella, encontramos a un muñeco vestido como lugareño, “
Ño José Domingo Carnavalón”, plácidamente sentado en lo alto de una roca que tiene una privilegiada vista de las tierras de sus protegidos/protectores (
foto). Hay varios de ellos en Codpa, cada uno de ellos financiado por una familia que lo viste y mantiene. Permanece todo el año vigilando la tierra y cuidando que las cosechas sean como deben ser, pero para el
Carnaval (”
anata”) que se realiza en febrero, cada uno de ellos es visitado por el Ño de todo el pueblo y participa con él en un jolgorio al ritmo de un bombo y luego vuelve a su lugar. Me contaba una conocida que este señor les ha traído más ganancias que gastos, pues ya todos los núcleos de su familia tienen su camioneta propia. Es buena idea subirse a su roca y sentarse a su lado, contemplando sus dominios. Si bien no habla, su mera presencia allí y su posición y vestimenta dicen mucho y la hermosa vista se complementa con el ruido que casi hacen las plantas al crecer al amparo del Ño.
El Ño “oficial” pasa el año asoleándose en la ladera y despierta por una semana para el carnaval de febrero (
foto).
El pueblo celebra a lo largo de toda una semana acompañándolo en su visita a sus “colegas” de diversas parcelas (
foto), con bailes, rondas, una peculiar coreografía entre jóvenes de distinto sexo que se lanzan membrillos y un juego consistente en cubrir a los participantes con harina y luego mojarlos con agua. Terminada la visita, el Ño local vuelve a su roca (arrancando de los membrillos que le lanzan los participantes) y el comunitario prosigue sus visitas y finalmente se le vuelve a dejar en la ladera del valle. Hay
un video que muestra parte de esa celebración.
Poco más allá aparecen casas con terrazas desbordantes de flores y hacia el río, Guañacagua, un pueblito de 2 calles intensamente trabajado por los evangélicos pero a cuyas espaldas y sin tener que pasar por el pueblo siquiera, se encuentra una hermosa pareja católica: la Sra. Iglesia, dedicada a San Pedro y construida en el siglo XVII (
foto), y su esposo, el más apuesto señor Torre de la cordillera chilena (
foto). Para el mundo andino convertido al catolicismo, iglesia-torre es una unidad digital, hombre-mujer en este caso. Para los andinos de antes, éste tuvo que ser también un lugar místico, a juzgar por la piedra “
tacitas” que se encontraba a un costado del atrio de la iglesia (
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Sigue un recodo que lleva a la pared opuesta (sur) de la quebrada, cruzando el río y luego el camino llega hasta Chitita, desde donde asciende una huella tropera que conecta con la ruta que llega a los bofedales de Humirpa ("curso de agua") y desde allí se conecta con el resto del Mundo Andino.
A poco andar desde el recodo descrito, está la parcela de mi amiga Olga Zenis, miembro de una familia que ha sido importante en la zona. Tan larga y llena de eventos ha sido nuestra relación paciente/médico, involucrando a varios otros familiares en desgracia, que hemos desarrollado un cariño mutuo que ella expresaba de tiempo en tiempo con cajas de las naranjas más dulces, las chirimoyas y pomelos más exquisitos y gordas y jugosas tunas (
foto).
A un par de kilómetros de la iglesia, en un sector llamado
Jasjara y cerca de donde antes había una gran piedra que parecía reproducir el rostro del Demonio, se baja al río a un costado de una piedra “
tacitas”, atravesando una parcela cuyo dueño raramente anda por allí los días festivos y se llega a una pequeña cascada, encajonada en un estrechamiento de la quebrada y que, cuando el río no está enojado, genera una poza de aguas claras que luego escurre entre helechos, árboles y flores acuáticas adornadas por mariposas multicolores. Es la
Poza de la Sirena (
foto), un lugar temido por los lugareños pues abundan los relatos de apariciones del Demonio. Algunos dicen que durante la noche se suele escuchar música y si se deja allí un instrumento musical, al día siguiente aparece magistralmente afinado.
La última vez que le dije a unos chilenos (léase santiaguinos) cómo llegar allá, volvieron entusiasmadísimos: no habían visto a la sirena, el agua era barrosa y fría, las plantas acuáticas se las había llevado la crecida del río, pero le robaron al dueño del predio todos los mangos, membrillos, naranjas, guayabas y paltas que cupieron en sus modernos automóviles. Feliz, uno me dijo: “nos salió gratis el viaje”.
He instalado campamentos en Guañacagua y los he dejado solos hasta altas horas de la noche para asistir a las festividades y nunca me han robado nada, porque allí se tiene lo que se trabaja. Cada gota del jugo de las naranjas robadas por los chilenos de marras, la sudó su dueño manteniendo e irrigando sus terrazas. Sacrifiqué ritualmente a mis emparedados de atún con cebolla y mayonesa y a mis naranjas y manzanas para tratar de convencer a
Pachakamaq que les diera su merecido...
Aqui, en la Arica Profunda, no hay “tigres financieros”, potentados ni santiaguinos prepotentes. Aqui se detuvo el tiempo y la ambición desmesurada y entra sólo lo positivo y/o inevitable, como los paneles solares, las camionetas y los inspectores del SAG. Hasta los inspectores de la Ley de Alcoholes y los de Impuestos Internos hacen como que Codpa y alrededores no existieran. Por algo el codpeño se quedó aqui y vive así y lo envidio sanamente sólo por ser capaz de vivir como lo hace.
Hay un
álbum de Facebook, accesible aun para quienes no usan esa red social, el cual contiene un relato informal y con muchas fotografías de un viaje hacia el oriente por el
talweg del valle de Codpa.
Aunque muy importantes en la mitología de las riberas del Titikaka, me parece poco probable que los codpeños de antaño tuvieran a las sirenas entre sus entes míticos. En cambio, en la mitología aymara serrana existen unos personajes divinos, dioses de la música, que asechan a los humanos donde hay agua (ríos, lagunas, bofedales, ojos de agua o puquios, cascadas) y/o vientos. Se llaman Sirenos, afinan los instrumentos que se dejan en sus guaridas, ejecutan una música maravillosa y cuando “tocan” a un mortal le otorgan la capacidad de escuchar esa música y lo transforman en un músico excepcional. Como es lógico en el mundo aymara, hay machos (Seren Mallku) y esposas (Seren T'alla) y viven con animales sagrados como el sapo, el lagarto y la culebra.
Toda mi familia se atrevió a bañarse en la poza de la sirena (
foto) pero a ella no la vieron, aunque sí hizo que mi alma y mi corazón quedaran cautivos en la sierra y necesito volver a ella e introducirme en sus misterios tan a menudo como sea posible.
Pues una de las leyendas dice que en las profundidades de la poza, donde hay un gran tesoro de plata, vive una sirena custodiada por como tres demonios. La sirena sale a la superficie a buscar a un humano y si lo encanta, lo lleva a sus profundidades. Yo conocí la poza a fines del siglo pasado. Por suerte que, a excepción del dulce hechizo que me ató a esta tierra, la poza de la sirena no atrapó a ninguno de los míos, sólo a mi corazón... .
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Desde hace decenios. cuando me aparezco por allí, una "versión" de la sirena sale de las profundidades para intentar seducirme, supongo. Esta vez fue a fines de abril de 2018, pero no tardó en hundirse, volver a su espacio y no la he vuelto a ver...
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Más lejos de Codpa, en el mismo valle
Hacia el oriente hay en los altos de Codpa una huella vehicular inaugurada a fines del 2000, que pasa por los altos de
Vila-Vila,
Molle Grande e
Incauta, pero hay un largo descenso y un agotador regreso a pie para acceder a esas localidades, asiento de pukaras y de un centro administrativo preincaico, hoy trabajadas por pocas familias que ejercen la agricultura y/o pastoreo sin el concurso de la rueda. Vila-Vila (
foto) es explotada por la familia de don José Mamani, quien reside habitualmente en una florida parcela en
Chitita (Lat. 18°49'45"S, Long. 69°41'08"O,
foto) y quien fuera nuestro guia en la primera cabalgata de Arica a Codpa siguiendo las rutas troperas.
Cerca de Incauta conocimos al adolescente Armando Castro Tupa cuidando a sus burros con angarillas (
foto) y a su madre, Juana Tupa Villarroel, pastando animales en el alto (
foto). Esta familia está emparentada con la matriarca de
Timalchaca y heroína del libro “Aymaras, Hijos del Sol” de Malú Sierra, Rosa Rosalía Castro (
foto). La conocí en noviembre del 2000, me contó que no había leído el libro y me agradeció con un exquisito par de quesos de cabra las fotos de su hija Nilda y de sus nietecitas. El tierno rostro de Nicole, la mayor, está en la portada de este e-book, ha aparecido en La Estrella de Arica, en las Crónicas Dominicales de El Mercurio, en un documental para un proyecto de la Corfo y ha llamado la atención de numerosos extranjeros de otras dimensiones socioeconómicas (
foto). Lo que quiero decir con esto es que allá arriba hay gente amiga, cordial, con quienes compartimos algunas vivencias y relaciones.
Hacia el poniente de Codpa hay una angostura infranqueable y el camino termina en Ofragía, torciendo al norte para salirse del valle rumbo a
Timar (
fotos). Pero para los caravaneros hay un estrecho sendero flanqueado por rocas y petroglifos, el cual, si Ud. pudiera encontrarlo y tuviera el tiempo y las ganas de recorrerlo (necesitará un guia y caballares, pues son muchas horas de camino y es fácil perderse en un laberinto de quebradas sin agua), vería que asciende la ladera norte y lleva a un espectacular paisaje de arenas blancas y colinas negras y permite luego descender a
Cachicoca, donde antes de los españoles se instaló un asentamiento de aymaras carangas “incanizados”. Entre Ofragía y Cachicoca el río desaparecía según la estación, transformándose en acuifero subterráneo y haciendo del lugar la última oportunidad para que las caravanas se abastecieran de agua. Tal vez eso explique la riqueza en petroglifos que exhibe Ofragía (
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A unos 20km en línea recta desde Ofragía, está lo que queda de la
Hacienda Pintatani, de donde tomó el nombre el famoso vino de Codpa. Quedan restos de la casa patronal y de la bodega, con varias inmensas tinajas de greda semi-enterradas, de 300 litros o más, una de las cuales indica que fue hecha “
por un cochabambino en esta hacienda de Pintatani, por encargo de don Agustín Maure en el mes de octubre de 1848” (
foto). Hay tinajas similares en Cachicoca, del año 1872 (
foto).
Después del interesante vasco de Pintatani, está el siguiente patriarca de la zona, don Humberto Andía. Dicen que más o menos en 1945, don Humberto arrendaba Chaqui cuando tuvo una aparición divina que le sugirió que se hiciera de las tierras de más arriba. En Arica se encontró con una descendiente del Sr. Maure, con quien concretó la compra de Calaunza, 5km al poniente de Pintatani. Hasta los inicios de este siglo su viuda, nonagenaria, cuidaba esas tierras y aún se produce allí uno de los más genuinos vinos Pintatani que van quedando, sin las habituales adulteraciones como el agregado de higos, chancaca u otras substancias para endulzarlos.
El año 2001 conocí Calaunza guiado por su propietario, don José Antonio Andía Ticona. Hasta el 2005 y afortunadamente, el tramo del valle que se extiende entre Pintatani al oriente y poco más allá de Calaunza al poniente no tenía acceso por los extremos del valle y era necesario bajar la arenosa ladera de 400m de altura siguiendo una difícil huella que sólo de bajada toma más de 1½ horas. Afortunadamente, porque nadie vive ya permanentemente en esa zona y hay allí reliquias que no pueden destruirse, perderse o rayarse, aunque sea en aras de la investigación académica como el lamentable daño a los petroglifos de Ofragía (
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Bajar a pie ya es un esfuerzo cansador y durante todo el día no dejaremos de pensar en el retorno, cuesta arriba. Pensaba en la mamá de José Antonio, quien, aunque a caballo pero con 90 años a cuesta, ya quería volver a su terruño para regar los parrones.
Hay que bajar hasta una quebrada seca, pasando por un sector que llaman resbaladero con justa razón, volver a subir y seguir bajando en diagonal, hasta que por fin aparece el verdor del angosto valle, bendecido en septiembre del 2001 por el agua que aún viene de Codpa gracias al fuerte invierno altiplánico (
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La casa patronal es de barro y madera, como todas las del valle y su terraza ofrece casi la única sombra que existe. Un lagar inusualmente grande es lo que primero nos saluda. Éste comunica con un espacio similar en el interior de la bodega, el puntay, rodeando al cual hay grandes toneles llenos de vino (
foto), antiguas prensas con tornillo de madera (
foto) y por todas partes, reliquias que harían la delicia de un anticuario: un magnífico fuelle para las labores de herraje (
foto), angarillas para recolectar las uvas y cargar a los mulares (
foto), un sistema de ganchos para colgar la carne (no es fácil vivir sin refrigerador), un gran mortero de piedra y unas hermosas tinajas en forma de zanahoria que se entierran y sirven para guardar vino o agua. La bucólica tranquilidad del ambiente, particularmente evidente tras la larga caminata, es indescriptiblemente obvia y se percibe un mágico encanto que parece inexplicable.
El serpenteante valle no tiene más de 100 metros de ancho, la altura es de 900msnm y el sol siempre brilla aunque Arica esté nublada. En la ladera opuesta se ven los senderos que llevan a Chaqui, y aguas arriba, a Bodega del Medio y Pintatani, detrás de los últimos cerros que se ven hacia el este. Entre los recovecos del valle, pedazos de terreno plano a poca altura del río, ocupados por los parrones, cuyas bien podadas vides ya esbozan los racimos para la próxima vendimia. Mientras vamos a la bocatoma a “dar el agua” (
foto), empiezo a comprender de dónde proviene la magia que se percibe.
Éste tuvo que haber sido un lugar muy especial para los ocupantes prehispánicos. Aunque a 10 y hasta 20 o más metros de altura con relación al río, las terrazas fluviales por las que caminamos revelan un claro patrón de una muy antigua ocupación agrícola, con esbozos de hileras de piedras delineando lo que hace mucho, muchísimo, fueron terrazas de cultivo (patanaka). De cuando en cuando, semioculta evidencia de un grueso tronco de árbol que confirma un abundante riego por vías que no consigo imaginar.
En casi todas las grandes rocas que han rodado en épocas pretéritas desde la ladera, petroglifos, cientos de petroglifos de muy diferentes épocas, representando humanos, auquénidos, cabras, perros, figuras geométricas, ¿un sapo? y muchas serpientes. Hay un hombre, explícitamente macho, con cabeza de cabra y manos con 3 largos dedos que haría las delicias de un ufólogo (
foto), otro con adornos en la cabeza y cuyas piernas, de la rodilla para abajo, están como metidas en un canasto redondo o algo similar (
foto) y especies de peinetas que me parecen, por lo que he visto en otras partes del sector de Pintatani, figuras estilizadas de grandes balsas de totora con varios tripulantes (
foto). Hay una gran diversidad de otros petroglifos con figuras extrañas o curiosas: desde luego, auquénidos (
foto), pero también un sujeto gordito (
foto), animales antropomorfos como un anuro (
foto) y una ave con dos pares de alas (
foto), aves más naturales asociadas a figuras extrañas (
foto) y un ¿parto? asociado a una araña (
foto), entre otras. El corral para las cabras vecino a la casa patronal aprovecha a un gran peñasco como esquina, el cual está cubierto de figuras, entre las que resaltan dos que me parecen de influencia incaica; un sol al lado de una mata de maíz.
No cabe duda que allí se realizaba lo que hoy consideraríamos magia. Además de las figuras descritas, hay una gran piedra con un orificio perfectamente circular, de al menos 10cm de profundidad y unos 3cm de diámetro y varias depresiones al estilo de las piedras
tacitas, pero demasiado profundas (
foto).
Toda esa magia estaba antes custodiada por la mejor serpiente que he visto en petroglifo: dominando la casa patronal desde la ladera sur y a unos 50m de altura, una gran roca mostraba un magnífico panel donde estaba labrada una culebra con una cabeza claramente definida y que estirada tendría unos 3m de largo. Esa figura dominante otorgaba el sello mágico al lugar (
foto). La serpiente o amaru se vincula al culto del agua, incluyendo ríos y canales de regadío. Nada pudo ser más importante que el agua para los primitivos habitantes del lugar y estaban dispuestos a defenderla a juzgar por la existencia de guerreros (
foto).
Eramos media docena de amantes de la sierra y su pasado. Tras casi seis horas de marcha ocupadas en descender al valle, dar el agua para el riego de las vides y fotografiar los petroglifos en un lugar más apartado donde hay un cementerio con cerámica
Pocoma (
Cultura Arica) (
foto), nos esperaba una de esas sorpresas que nuestra tierra suele ofrecer. El cuasi-terremoto de junio de 2001 provocó un derrumbe de la pared norte del estrecho valle, estancando las aguas del río, cuyo lecho es pura roca pulida, sin barro. Se formó así una piscina natural de 80 por 15 metros y una profundidad de 2,5 metros, con agua verdosa transparente, cálida en la superficie y fría en la profundidad. Los chamanes y las serpientes esculpidos en las piedras, quienes llevan siglos bajo un sol permanente, nos autorizaron --no sin envidia-- que disfrutáramos como niños chapoteando en tan peculiar piscina (
foto).
Los andinos piensan que la Pachamama, los cerros, animales y elementos de su entorno tienen consciencia de sí mismos, deseos, obligaciones y sentimientos. El cerro sabe que debe velar por el territorio que domina y el cóndor es su ayudante y mensajero, por ejemplo. Me gusta pensar que es así y que Arica es un ente inanimado con personalidad, que me habla y que hace mucho aceptó ser mi madre cósmica, aunque yo haya nacido santiaguino. Esa vez, cuando nadaba en la “piscina”, me dijo: “por el amor que Uds. me tienen, quise hacerles cariño con esta sorpresa”...
El 2005 volví a Calaunza con una docena de jinetes, primera parada de nuestra cabalgata a Codpa. Casi nada había cambiado, excepto la existencia del camino vehicular y no pude encontrar a la gran serpiente: tal vez debieron sacrificarla para hacer el camino, el cual se pretende que sirva para explotar turísticamente el lugar. Si es así, ya se perdió un elemento importante del patrimonio del lugar y no me extrañaría ver aparecer en el futuro marcas o grafitis obra de irrespetuosos visitantes. Es la tónica habitual en Chile...